"Si existiese algo así como un tesoro sagrado del cine, para mí tendría que ser la obra de Yasujiro Ozu". Wim Wenders.
Para muchos el mejor director japonés de todos los tiempos; en todo caso, uno de los tres grandes del cine japonés clásico junto con Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa. Su filmografía, influencia clarísima para cineastas posteriores de todas las épocas, constituye una joya indudable del séptimo arte. En ella, se ofrece casi siempre una mirada intimista y de gran lirismo sobre la sociedad japonesa de su época, pero que por la universalidad de su temática se convierte en mirada nostálgica sobre la existencia humana, a través de una serie de temas recurrentes, como la vejez, las diferencias intergeneracionales, el tránsito entre las distintas etapas de la vida, la deshumanización que trae el progreso,... Perfecto ejemplo de todo ello es su obra cumbre, 'Cuentos de Tokio' (Tokyo monogatari), a menudo considerada una de las mejores películas de todos los tiempos.
Ozu legó al cine un lenguaje cinematográfico propio e inconfundible. Frente a otros grandes maestros que basaron su estilo en los largos planos secuencia, el japonés es el director de la concatenación de planos estáticos (este rasgo se acentúa a medida que avanza su filmografía, hasta el extremo de que en sus últimos trabajos no hay un solo movimiento de cámara en todo el metraje de cada película), lo que convierte el montaje y los planos de transición en elementos protagonistas de la narración. Son también características propias de su cine la cuidada composición de cada plano o el emplazamiento de la cámara a la altura de un adulto sentado sobre el 'tatami', recurso éste último que, aparte de dotar a su estilo de una evidente "orientalidad", permite una mirada de igual a igual entre el espectador y los personajes.
Intérpretes: Toshiro Mifune, Takeshi Kato, Takashi Shimura, Masayuki Mori
Música: Masaru Sato
Sinopsis: Tras celebrarse la boda entre la hija de un importante empresario inmobiliario y un ejemplar empleado, comienza a destaparse un oscuro capítulo de corrupción del pasado, mientras alguien manda misteriosos avisos a los implicados.
Sobresaliente incursión de Akira Kurosawa en el género noir, en lo que supone una más dentro de la interminable lista de obras maestras que legó el genio japonés al cine. En esta ocasión, se trata de un thriller con tintes socio-políticos pero en la que, como no podía ser de otra forma, se dibuja una profunda reflexión humanista, abarcando temas como la dualidad entre la bondad y la maldad humanas, la venganza, el odio o la disyuntiva entre el amor y el deber.
Podría considerarse como el reverso pesimista de su anterior 'Vivir' (Ikiru, 1952), ya que, si bien ambas películas comparten un bienintencionado protagonista que desde la pureza de la bondad individual persigue combatir el cruel entramado del sistema y el poder, la que nos ocupa deja un devastador y amargo poso de resignación, que hace trizas el esperanzador espíritu de la primera.
El gran maestro hace gala, una vez más, de un impecable estilo narrativo, con una cuidada planificación de encuadres, una igualmente estudiada iluminación que en determinadas escenas adquiere una importancia simbólica vital en la narración, una inquietante música a cargo de Masaru Sato que dota de la intriga necesaria a los momentos que así lo requieren, y, cómo no, la presencia que siempre llena la pantalla del actor fetiche de Kurosawa por excelencia, el gran Toshiro Mifune, en una contenida interpretación.
ALEXANDRE DESPLAT GANA SU SEGUNDO OSCAR CON 'LA FORMA DEL AGUA'
9 sobre 10
Será la ganadora del Oscar.
Intensa, expresiva e inteligentísima. Una partitura del nivel intelectual de la presente acabará, sin duda, ganando el Oscar. Alexandre Desplat domina el panorama compositivo actual de forma descarada. Nadie consigue el nivel que muestra en cada partitura (siempre exceptuamos a John Williams y Ennio Morricone) y, para End Titles, sería un fracaso no alzarse con la estatuilla. Nos encontramos ante el que será recordado entre los grandes de la historia de la música de cine.
De esta manera nos pronunciábamos en END TITLES unas horas antes de la ceremonia. El genio francés se alzaba esta madrugada con su segundo premio, tras 'El gran hotel Budapest', acelerando su carrera hacia las leyendas de la música de cine. Recordemos que otros aclamados compositores no poseen ninguno (James Newton Howard, Danny Elfman, Thomas Newman...), uno (Hans Zimmer, Jerry Goldsmith, Nino Rota...) o los cinco de John Williams o nueve de Alfred Newman.
En la presente obra, Desplat emplea una mezcla de melodía clásica, que bien podría suponer el tarareo pasados los años de cualquier mundialmente conocida obra, con su 'violencia compositivia' adaptada a los medios tiempos. Un alarde de control y elegancia merecedores del premio, sin duda.
Aquí os dejamos las impresiones de END TITLES para con los premios de este año:
JOHN WILLIAMS- 'STAR WARS: LOS ÚLTIMOS JEDI'.
9 sobre 10
No ganará; no obstante, si lo hiciera, sería un acierto otorgárselo al gran genio norteamericano.
Partitura, nuevamente, ejemplar. Su nivel compositivo resulta espectacular y es incomprensible que no haya sido premiado con el Oscar desde el conseguido con 'La lista de Schindler'. 'Los últimos Jedi' resulta atractiva, metódica pero, por el contrario, poco novedosa. Su limitación a versionar numerosos temas de la saga la hace situarse, para End Titles, por detrás del primer puesto.
ALEXANDRE DESPLAT- 'LA FORMA DEL AGUA'
9 sobre 10
Será la ganadora del Oscar.
Intensa, expresiva e inteligentísima. Una partitura del nivel intelectual de la presente acabará, sin duda, ganando el Oscar. Alexandre Desplat domina el panorama compositivo actual de forma descarada. Nadie consigue el nivel que muestra en cada partitura (siempre exceptuamos a John Williams y Ennio Morricone) y, para End Titles, sería un fracaso no alzarse con la estatuilla. Nos encontramos ante el que será recordado entre los grandes de la historia de la música de cine.
HANS ZIMMER- 'DUNKIRK'.
6 sobre 10
En absoluto tiene opciones de ganar el premio.
Obra compleja
en análisis, con pequeños grandes detalles y grandes pequeños errores. Un
empleo constante en el filme que le resta eficacia, un ritmo desacertado en los
instantes pausados y el gran motivo que lo aleja del sonido de otros grandes compositores:
la nitidez de los momentos máximos donde, sin duda, la amalgama de sonidos que
se crea habría sido más delirante con un mayor cuidado y elegancia
compositivos. Fuerza máxima descontrolada. Pocos momentos narrativos y muchos
descriptivos, aquéllos los mejores y más claros y éstos, siendo notables,
faltos de claridad compositiva y sonora. Lamentablemente, una estructura que
tiene varias e importantes grietas con un principio nada estudiado y una
aplicación a la historia tan dispar de dos ámbitos de la partitura (ritmos y el
resto) que ella misma parece dispararse entre la marabunta humana de la guerra.
Obra atractiva que, de todas formas, da esperanzas del regreso del mejor Hans
Zimmer y que escuchada de forma aislada genera muchas más sensaciones.
JOHNNY GREENWOOD
9 sobre 10
No ganará. Falta mucho por recorrer y, pese a su gran trabajo (sobresaliente), tiene por delante al resto de artistas como figuras personales. No obstante, sorpresa justa sería.
No apta para pragmatistas, la música de esta obra se mueve por extremos inverosímiles y roza ámbitos tan dispares, siempre desde la experimentación, como el romanticismo y la intriga y piezas con toques extraordinarios de Debussy o Chopin, todo ello mezclado dentro de una paleta de sensaciones (mejor, de ideas) absolutas que llevan al conjunto a ser, realmente, de lo mejor compuesto este año y en muchos atrás. Sorprendería pero, sin duda, se merecería el premio.
CARTER BURWELL
9 sobre 10
Merecedor de cuantos premios existan. Artista minoritario de una calidad asombrosa, tanto musical como narrativa o descriptiva. No ganará pero, personalmente, si lo hiciera me alegraría enormemente. Trabajador elegantísimo, inteligencia musical desbordante e imprescindible, sin duda.
Carter Burwell ha dado forma durante los últimos tiempos a
una tipología de banda sonora especial, dispuesta y tranquila, medida y
meditada y de elegancia indudable: la ‘Banda
Sonora De Cámara’. Me atrevo a acuñar este nuevo término, como ya hice con
otro en referencia a John Williams, Alexandre Desplat y un ya algo dudoso
Michael Giacchino y su ‘Violencia
compositiva’ para secuencias de acción. Burwell adopta la forma del sonido,
la forma (no del agua) del conjunto y desarrolla una partitura que podríamos
definir como natural: la interpretación en tiempo real, sin ajustes posteriores
de estudio en cuanto al tempo de ejecución, resulta agradabilísima, de una
fortuna para el espectador inmensa y artísticamente muy rica.
La trilogía que Carter Burwell nos regala este inicio de año
en las salas de nuestro cine, con ‘Wonderstruck’, ‘Tres anuncios en las afueras
de…’ y ‘Goodbye Christopher Robin’, es realmente de admirar y disfrutar. Nos
encontramos, sin ninguna duda, ante uno de los compositores (quien esto escribe
se atrevería a decir que entre los tres primeros) más en forma y,
absolutamente, mejores de la actualidad de la música para el séptimo arte.
Obra
compleja, difícil percepción artística y no menos costoso análisis musical de
una creación catalogada por muchos, y no con poca razón, entre lo mejor (si no
lo máximo) de la historia del cine. Nos encontramos ante una composición,
nuestro espacio, de contraste conceptual enorme, fácilmente audible y
arduamente interpretable, sin duda. Podemos resumir la presencia de las notas
de Takinori Saito en un solo tema principal y sus sucintas, delicadas e
inteligentes versiones, pareciendo escuchar a cada momento las mismas notas y
en su mismo orden. No es así.
La
partitura que el compositor japonés elabora para la grandísima obra maestra de
Yasujiro Ozu es engañosa. Su empleo, casi podría decirse que al cien por cien,
resulta tierno y aparentemente fácil, pero guarda simbolismos y matices en todo
momento, como la película en sí, ejemplares. El tema principal, absolutamente
melódico y con características occidentales (fijémonos en la curiosa falta de
instrumentación y atmósferas típicas de la música oriental, apenas empleadas
por el artista), nos lleva a descubrir, y también asentar, una red de
interpretaciones exquisitas: Saito lo empasta, inicialmente, con percepciones
de Tokio (donde se desarrollará gran parte de la historia y, sin duda, del
malestar vital que va a rodearnos constantemente). Tokio, la gran ciudad, es la
proyección hacia Occidente (de ahí los matices de la música) y, de la misma
forma y habiendo sido asociada a la composición, será su ingente figura, la devastadora
sociedad cosmopolita, la que devorará a los ancianos y a su vida,
devolviéndoles irremediablemente a su pueblo y, con esto, al estatismo de
siempre y a la muerte. Una proyección final que descubrimos admirablemente en
la música. Cómo director y compositor proponen una inicial asociación (con la
ciudad) para, realmente, abstraer este concepto para aplicarlo con fuerza al
sentimiento (a lo rural). Atentos cómo, cerrando la película y pasados los
minutos, las horas o los días, podríamos escuchar la melodía de ‘Cuentos de
Tokio’ como fiel representante de la nostalgia que nuestra pesadumbre o soledad
puedan generar a cualquier persona en cualquier instante. Universal.
Como
hemos dicho, los detalles de la música son pequeñas joyas. Desde una clarísima musicalidad,
que han desarrollado en la actualidad las composiciones hollywoodienses
(estrepitosamente en muchos casos, sea dicho), hasta el silencio de la escena
final, cautivadora, entre Noriko y el padre (para segundos después cerrarla con
el tema final, una vez la emoción ha sido compuesta por ese silencio ‘’…que
parecía sonoro’’) pasando por la maravilla de trasposición de notas que el
artista aplica a su obra en el instante en el que la madre enferma. Nada es
trivial, en la aparente simplicidad del filme y la música: nada. Y los pequeños
detalles, tan intensos y buscados, igualmente se mantienen humildes en una obra
que, nada reconocida al acompañar a un transatlántico como resulta la obra
global de Ozu, una vez estudiada y matizada con detalle queda flotando
tersamente, como es ella, en el sobresaliente. Indispensable conocer cómo se
compone una partitura para una obra de arte conjunta, sin llamar la atención.
La música del Arte. Desconocidas partituras algunas, composiciones apartadas por la grandeza de las películas a las que pertenecen otras, obras de altísimo contenido intelectual o piezas que, sin guardar una composición pura sobresaliente, sí forman parte estructural de un gran estudio artístico para el cine. Estas composiciones suelen quedar por debajo de la obra global, mas su intención no era otra que ayudar al conjunto y no pretender sobresalir en el ámbito compositivo. Aquí las tenéis, por orden temporal:
1.EL ASESINATO DEL DUQUE DE GUISA (1908)- CAMILLE
SAINT-SAËNS
2.EL CHICO (1921)- CHARLES CHAPLIN
3.VAMPYR, LA BRUJA VAMPIRO (1932)- WOLFGANG ZELLER
4.CUENTOS DE TOKIO (1953)- TAKANOBU SAITO
5.LOS SIETE SAMURÁIS (1954)- FUMIO HAYASAKA
6.EL SÉPTIMO SELLO (1957)- ERIK NORDGREN
7.LOS 400 GOLPES (1959)- JEAN CONSTANTIN
8.THE
MAN WHO SHOT LIBERTY VALANCE (1962)- CYRIL MOCKRIDGE
9.POR UN PUÑADO DE DÓLARES (1964)- ENNIO MORRICONE
10.LA HORA DEL LOBO (1966)- LARS JOHAN WERLE
11.PERSONA (1966)- Lars Johan Werle
12.LA SEMILLA DEL DIABLO (1968)- KRZYSZTOF KOMEDA
13.EL CEREBRO DE FRANKENSTEIN (1969)- JAMES BERNARD
14.LA NOCHE DE HALLOWEEN (1978)- JOHN CARPENTER
15.APOCALYPSE
NOW (1979)- CARMINE COPPOLA & FRANCIS FORD
COPPOLA
Intensa y
sutil partitura original durante el primer tercio de ‘’In the mouth of
darkness’’. La aplicación, nuevamente, toma el mando en las composiciones del
genial John Carpenter, sin duda al mando de esta obra y que deja un par de
detalles exquisitos en la primera media hora: tras el sustento atmosférico del
conjunto de pads sintetizados, la aparición del tema principal en el primer
contacto del investigador protagonista con la nueva novela del escritor
desaparecido, en un ambiente sombrío y oscuro y, sin duda, extraño, es de una
elegancia y calidad sobresalientes. Los sonidos sintetizados de piano pulsados,
ya con notas concretas y su desarrollo minutos más tarde, cuando la escena
vuelve a repetirse, marcan el inicio de un argumento de veras tensionado.
Carpenter y sus sintetizadores mandan. El primer tercio concluye con una
secuencia (John Trent descubre un mapa donde se supone se encuentra Sutter
Cane, el escritor) en la que la música ejerce una de las mayores influencias en
la carrera del director-compositor: fascinante empleo de la contención musical
para general angustia.
‘’En la boca
del miedo’’ guarda innumerables instantes de una belleza cinematográfica
(musicalmente hablando) arrolladora: a mitad de historia, cuando Trent y su
acompañante llegan al pueblo de Sutter Cane y charlan en la habitación del
hotel, tras haber sido atendidos por una misteriosa anciana, la referencia a
‘’Psicosis’’, de Bernard Herrmann, es tan plausible que su belleza es inigualable,
hecho complicadísimo al tratarse de una similitud tan grande tanto en partitura
como en contenido y escena. La composición mantiene una intriga intensísima,
cual Herrmann a la orquesta, pero llevando al terreno del estilo ‘’Carpenter’’
absolutamente todo lo que escuchamos. El sintetizador ejerce una fuerza tal
que, si bien el genio compositor de tantas películas de Alfred Hitchcock está
presente en todo momento, la partitura actual es capaz de centrar, a su vez,
todo el contenido en su propio y referente estilo. Sin duda, inolvidable
momento.
Desde la
minimalista e hiriente nota aguda mantenida, mientras Trent es objeto del final
del libro de Cane, hasta el ligero giro a la acción, pasando por un apoyo del
último tercio siempre en segundo plano, la parte final se convierte en una
aeróbica inyección que, personificada en la secuencia del regreso de Trent a la
‘’realidad’’, mantiene el compositor de forma hábil como si de la forzada
marcha de todos hacia la muerte, el mal o la destrucción se tratase. En
definitiva, un equilibrio notabilísimo en sus tres partes que convierte a esta
obra en una composición de las más conseguidas del genio compositor, junto a
Jim Lang. Imprescindible, como toda la obra de John Carpenter.
9 sobre 10 2017: Festival de Cannes: Mejor guion (ex aequo)
THE KILLING
OF A SACRED DEER (2017)
Sofía Gubaidulina, Schubert, Bach y varios.
Majestuosa
obra del director griego Yorgos Lanthimos, en absoluto recomendable para
amantes del cine pasivo y comercial o sí, por otro lado considerado, con la
esperanza de conocer verdadero arte. Pausada, tensa, atrevida, reflexiva y
metódica. Vayamos al lado musical, punto fílmico que nos interesa.
El
tratamiento que el director realiza con la música es ejemplar. Ninguna pieza
compuesta para la ocasión, Lanthimos opta por un conjunto muy compacto y bien
presentado, todo él atado, abrigado e influenciado por la grandeza de dos
piezas clásicas, un inicio y un final el primero directo y eficaz y el segundo,
sin duda, de una mezcolanza religiosa y satánica devastadora: espectacular. Los temas son el ‘Stabat Mater, D
383- I. Jesus Christus schwebt am Kreuzel', de Schubert y ‘St. John Passion,
BWV 245- No. 1, Chorus. Herr, unser Herrscher', de Bach, ninguno de los
autores mencionados en los créditos de la edición discográfica y sí los
intérpretes.
Hay
en la música de ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ la unidad precisa, el
impacto necesario y el estudio óptimo para otorgar a la historia el matiz
deseado por el director, una adjetivación del argumento absoluta y en un primer
plano tan rotundo que, por instantes, las notas llegan a ser tratadas
intencionadamente con un volumen ensordecedor y que, en segundos concretos,
tapan incluso el lenguaje, prueba incuestionable de la trascendencia de la
composición de las piezas para la película. De hecho, un detalle importantísimo
es el inicio de la locura de la familia ya desde el segundo inicial, cuando las
imágenes simplemente relatan los encuentros entre el joven Martin y el padre de
la familia. Cómo el director trata estos primeros minutos es de una
inteligencia desbordante y consiguiendo, incluso, adaptar movimientos y
detalles al sonido o intensidad de la música, teniendo siempre en cuenta que él
ha de conseguir su secuencia ya que los temas no han sido compuestos para la
ocasión. La línea que traza inicialmente, con el tema ‘Sonata para violín y
cello, Rejoice!- IV. And He Returned To His Own Abode’, como director del comienzo
intuitivo, es interesantísima. Este fragmento se repite siempre que joven y
adulto se ven (elemento embriagador único de los primeros minutos) y como única
referencia musical del casi primer cuarto completo del filme. Tras la pieza de
Schubert, ésta de la compositora Sofia Gubaidulina se convierte en única
transmisora de lo que está por llegar. El espectador conoce que nada normal
está ocurriendo, que un desenlace extraño vendrá mientras sus ojos presencian
escenas que su mente ya olvida, gracias a la transposición musical que nos
lleva hasta las futuras. Espléndido.
Existe
en la obra, igualmente en la musical, una estructura dual muy marcada: el lado
sacro y clásico de las dos piezas mencionadas y el adjetivo contemporáneo y
experimental del resto de la composición. La abstracción, etérea concepción y
misticismo del lado clásico y, por otro, la realidad, la descripción y la
angustia vital del contemporáneo. Éste, a su vez, se viste de negro y blanco en
un topetazo de contrarios que, al tiempo, se complementan para formar un todo:
el tránsito al futuro de la parte inicial y el apoyo ya a la realidad
angustiosa que se nos muestra en la parte central y final del filme. En fin,
una combinación de estructuras formales que, de hecho, actúan sobresalientemente
como si de una partitura escrita original se tratara.
Aderezada
la historia con tres o cuatro temas puntuales que sólo sirven para matizar
instantes y que, en la escucha aislada del cd, bien podrían haber desaparecido
a la más mínima intención de contemplarlos oficialmente, el argumento se
asienta en tres motivos principales. El primero, ya comentado (‘Sonata para
violín y cello, Rejoice!- IV. And He Returned To His Own Abode’, de
Gubaidulina), ha mantenido una evolución intensa y estudiada en los minutos
nacientes. El segundo, ‘Et Exspecto- I. Movement’ también de Gubaidulina, da un
paso más en contundencia y gira determinados momentos hacia el ‘golpe’, el
nerviosismo y la adherencia a la imagen (que no tuvo el primero). La habilidad
musical de Lanthimos se muestra: la estructura compositiva del filme ha quedado
sellada. ¿Cómo?: escuchamos prácticamente una hora de historia bajo la batuta
de las piezas de la compositora rusa. Un detalle: Gubaidulina es conocida por
la profundidad religiosa de sus obras y el matiz trascendental de sus
composiciones, lo cual nos lleva a crear un lazo más en la forma estudiada de
la música en la presente película: demostrado queda el sentido religioso del
tema inicial y final. Y con la elección de la artista rusa, igualmente la parte
central de las notas más contemporáneas. Un todo que adquiere el sentido
profundo de un significado que el espectador, a medida que avance la historia,
irá creando alrededor de sus propias creencias y especulaciones. Absolutamente
una película personal, individual y subjetiva.
Lanthimos
desarrolla la parte más dramática con el tema de Gubaidulina ‘De Profundis’. Un
drástico movimiento en la historia que nos lleva hasta el problema de la
familia. Hasta ahora, la música describía y profundizaba en la relación del
joven Martin y el médico. Siempre se escuchaba en sus encuentros o relaciones.
El director, astuto, mueve el argumento para con la desgracia familiar al
tiempo que lo hace con este fragmento histriónico, ahogante y mortífero. Ha
llegado el desenlace.
La evolución de la música y la historia van a la
par. Si bien, al inicio, aquélla residía en el corazón del espectador y ésta se
mantenía lineal, avanzando los minutos ambas fusionan sus caminos y adquieren
un paralelismo absoluto, consiguiendo tensionar al espectador con toques
inteligentes en pantalla y en partitura. Lanthimos acude a un par o tres más de
fragmentos de contemporánea, una vez afianzada su temática musical, cierra los
histriónicos sucesos con fragmentos neutros en cuanto a estudio (una vez
fabricado el armazón) y concluye religiosamente como inició todo, ahora con el
tema de Johann Sebastian Bach, como ocurre en otras muchas obras de grandes
cineastas: un canto al pensamiento, al orden del caos que ha ocurrido, a la
metafísica de la existencia y a la metáfora satánica de una raza, la humana, a
la cual somete el mismísimo Satán a los propios deseos y castigos que ella
misma genera dando forma al monstruo social que representa el joven Martin.
Charlie
Clouser nunca ha llegado a fabricar una música para la saga Saw que se ganara
el calificativo de interesante. Sí ha conseguido instantes llamativos, pero
nunca una partitura global que trascendiera. ‘Saw VIII’ no aporta nada, nada
original, nada nuevo, todo repetitivo y con una impresión de ‘cansancio
musical’ verdaderamente importante. Este agotamiento continuo en su aplicación
de lo mismo que ha hecho siempre con la saga traspasa incluso el umbral de lo
pasivo y se asoma a lo incomprensible en los instantes de acción del presente
filme.
La
obra de los hermanos Spierig, con cintas ninguna de notable resultado, se
mantiene en una angustia que sólo consigue al final y ciertos toques de
ridículo. Únicamente los efectos especiales de la sangre y las vísceras se
alzan al sobresaliente; el resto: insuficiente.
Clouser
se mueve con tranquilidad y cierta habilidad en las partes pausadas. La
atmósfera que crea, sin llegar a ser buena, sí resulta tensa y su combinación
sin pretensiones de los pads es aceptable. El tropiezo
monumental aparece cuando el artista pretende relatar las partes más activas:
la última pieza, ‘Zepp Eight’, con la explicación de la trama y la resolución
final, en la que la dirección no consigue sino ‘marionetizar’ la figura
pretendidamente oscura del asesino, es el ejemplo claro del despropósito a la
hora de aplicar la música activa a la imagen. Realmente un intento grave que
desfigura el horror de la cinta y nos recuerda la pesadilla sufrida por
cualquier estudioso de la música de cine cuando Clouser, mimetizándose con la
imagen (intentándolo) comienza una estruendosa pieza de rock a mitad de filme como
si el mundo motero lo reclamase a gritos mientras el motor maltrecho de una
motocicleta va accionando un sistema de muerte. El resultado es
de lo peor que se puede escuchar en una sala de cine en muchos años, dos temas
vacíos, sin sentido en el global del filme y estrepitosamente empleados.
La
conclusión final de la composición para ‘Saw VIII’, tras escuchar pocos
segundos interesantes, es de gran desolación. No pierdas el tiempo oyendo esta
banda sonora o viendo la película. Sólo un principiante en este mundo podría
disfrutar con algún fragmento de la obra que, sin duda, quedará olvidada.
L'uccello dalle piume di cristallo (The Bird with the Crystal Plumage) (1970).
ENNIO
MORRICONE
No
hay duda de la destreza global de los dos grandes genios del séptimo arte que
juntó la presente historia, hace ya muchos años: Morricone y Argento deslumbran
de manera notable y, al tiempo, simplísima (como suelen hacerlo siempre). Cómo
el segundo da forma a toda la película y dirige y permite al primero
experimentar con sonidos en una historia directa es algo llamativo y siempre
presente en las obras del director italiano. Morricone y su director no ofrecen
al espectador un inicio impactante, ni siquiera brillante: sí práctic y
prudente, características éstas de todo el conjunto de esta producción
cinematográfica. Tras muchos detalles musicales en los primeros minutos, en los
que la trama va figurando sus límites, ambos artistas funden su buen hacer
siempre para bien del filme: el cuadro que aparece en la historia, que la
primera joven asesinada vendió en la tienda de antigüedades, es tratado
magistralmente por Argento, se funde y une la figura del joven investigador con
la del asesino y permite a Morricone hacerlo también con dos de los motivos de
su hasta ahora medida partitura: la parte experimental y más tensa con la
melódica y sensible del cántico femenino e infantil (éste asociado al recuerdo
y aquélla al sentido terrorífico del desconocido psicópata). No obstante, ambas
directrices, en un inicio prometedoras, no seguirán evolucionando,
lamentablemente.
El
inicio de la década de los 70 supuso el comienzo de las películas ‘Giallo’ (con
permiso de su origen en ‘La muchacha que sabía demasiado’, de Mario Bava) y
Argento lanzó, con su ‘El pájaro de las plumas de cristal’ ( ópera prima), lo
que más tarde sería una de las influencias más claras en el cine de terror y
policíaco de los 80 y uno de los géneros, o subgéneros, más controvertidos de
la historia, poco aceptado por la crítica y, por tanto, sin duda atractivo para
el estudioso por tal motivo.
Morricone
se muestra tal como siempre ha sido: aplicado, nada comercial en cuestiones
narrativas y en todo momento supeditado
a la imagen. Se echa en falta, a medida que avanza el filme, cierta variedad en
los registros, un matiz más afianzado que trate elementos de la historia con
más fuerza (el cuadro mencionado, por ejemplo, algo olvidado respecto a la partitura
desde el instante citado) o haber aprovechado fragmentos realmente potentes de
alguna escena para acribillar al espectador con el arte del verdadero terror
tensionado. Ejemplo claro lo encontramos en los segundos iniciales de la
secuencia en la que se mata a la cuarta víctima, de una primera impresión
visual magnífica que pudo haberse prolongado. Argento destaca en secuencias de
este tipo, en los asesinatos o en pequeños detalles de cámara y segundos. Su
obra dará lugar a espectaculares
tratados de violencia, sangre y terror en años posteriores. ‘El pájaro de las
plumas de cristal’, con sus limitaciones como filme, sin duda tiene el valor de
lo que generó posteriormente y la lástima de, quizá, no ser conscientes en el
momento de su creación de lo que realmente se estaba fabricando. De haber sido
así, Morricone habría compuesto una partitura indudablemente de mayor alcance,
registros más personales y presencia más contundente; no obstante, la línea
equilibrada de la música y sus ligeros toques jazzísticos y experimentales la
sitúan entre sus cumplidoras obras. Fijémonos, de todas formas, en lo relativo
de los análisis: ¿no suponen la música y el estilo, a veces rocambolescos, del
genio italiano una similar connotación a la de la falta de coherencia
argumental del ‘Giallo’ y su acercamiento extremo a lo formal? La partitura de
Morricone para el presente filme es, sin duda, la pura y clara descripción del
subgénero italiano. Interesantísimo detalle.
En
definitiva, obra de uno de los mayores ejemplos de compositores para cine
compuesta con seriedad y acierto que presenta limitaciones, muchas de ellas
producidas por la historia en sí, pero que resulta adecuada a la imagen, con el
lado de la voz femenina resolviendo dudas finales y un desenlace que el artista
podría haber ladeado más hacia la altanería de mostrar su inteligencia
compositiva: no lo hace así, sino que muestra la prudencia que siempre ha
tenido para con las imágenes y firma una partitura que no descansa entre sus
mejores piezas pero sí cumple bien el cometido.
NO
ES FÁCIL COMPRENDER, incluso escuchar, la partitura original de una historia
envuelta en otra composición no original de forma constante, llegando ésta a
parecer (sólo hacerlo) de mayor importancia que la primera. Es el caso que nos
ocupa pero, tratándose de la excelente dupla de artistas, confiar desde un
inicio en el papel de la música concebida para la presente obra no es mala apuesta.
Transcurrida
la mitad del argumento, la música suena solamente dos o tres veces. La
capacidad de Eastwood para crear sucesos con su arte sonoro es asombrosa: le
basta con generar las pocas notas que guían el tema principal (suyo) para dejar
a Niehaus un terreno abonado que simplemente deberá arreglar. Asombroso. La
composición genera un contraste con la protagonista femenina, Francesca, de una
intensidad fortísima que derivará en la figura equilibrada de Robert Kincaid,
el protagonista masculino. Cuando la música, ligera, hermosa y tranquila brota
en pantalla ella, Francesca, se muestra inquieta, nerviosa e impaciente por el
deseo y el sentimiento que nace hacia Robert. Inteligente contraste y apuesta.
La partitura, como la mujer, irá creciendo con el paso de los minutos.
Clint
Eastwood comenzaba su zambullida artística directa en el mundo de la
composición durante la década de los noventa. Las colaboraciones con su amigo
Lennie Niehaus se limitaban a dar cuerpo a temas principales y adaptar luego la
música, como director, a la imagen. El poder que mostró, ya en este inicio, fue
incuestionable y con un sencillo, práctico e inteligente (siempre) motivo
conseguía dar una fuerza y sentido a sus historias como muchos otros músicos,
con una partitura entera, jamás han logrado.
El
jazz tiene una influencia notable sobre la historia. El gusto de Eastwood por
este estilo de música siempre se ha visto reflejado en sus filmes y, en el
presente, no lo es menos. Paulatinamente, al tiempo que la historia avanza, su
presencia disminuye, limitándose finalmente a los encuentros íntimos (que no
sexuales) de la pareja. La música original, progresiva y siempre bajo el
minimalismo que caracterizará las partituras del director en el futuro, cobra
minuto a minuto una presencia activa y fulgurante hasta llegar a un final de
verdadero, artístico e intelectual éxtasis. La complicidad de ambos músicos es
extraordinaria y juntos llegan a formar una dirección musical complicadísima
(como también lo es su percepción latente). En las secuencias finales,
orquestado ya por Niehaus el tema
principal de Eastwood, la música parece llorar los acontecimientos. Y no, no se
trata de una metáfora el comentario sino, certeramente, una realidad: el
compositor ejecuta unas curiosísimas ‘’disonancias melódicas’’ que hieren
drásticamente el alma y elevan toda, absolutamente toda la película, a
consideración de idea, muy alejada ésta de acontecimientos reales, vitales o
sentimentales. El Romanticismo brota por tantos lados que la partitura rasga
los ojos del espectador y saca violentamente sus lágrimas. Sin duda, una obra
maestra del cine y una joya de la música del séptimo arte injustamente
olvidada, pobremente valorada en muchas ocasiones y que debiera estar entre las
desconocidas y minusvaloradas mejores bandas sonoras de la historia moderna del
cine.