10 sobre 10
THE BRIDGES OF MADISON COUNTY (1995).
CLINT
EASTWOOD Y LENNIE NIEHAUS.
NO
ES FÁCIL COMPRENDER, incluso escuchar, la partitura original de una historia
envuelta en otra composición no original de forma constante, llegando ésta a
parecer (sólo hacerlo) de mayor importancia que la primera. Es el caso que nos
ocupa pero, tratándose de la excelente dupla de artistas, confiar desde un
inicio en el papel de la música concebida para la presente obra no es mala apuesta.
Transcurrida
la mitad del argumento, la música suena solamente dos o tres veces. La
capacidad de Eastwood para crear sucesos con su arte sonoro es asombrosa: le
basta con generar las pocas notas que guían el tema principal (suyo) para dejar
a Niehaus un terreno abonado que simplemente deberá arreglar. Asombroso. La
composición genera un contraste con la protagonista femenina, Francesca, de una
intensidad fortísima que derivará en la figura equilibrada de Robert Kincaid,
el protagonista masculino. Cuando la música, ligera, hermosa y tranquila brota
en pantalla ella, Francesca, se muestra inquieta, nerviosa e impaciente por el
deseo y el sentimiento que nace hacia Robert. Inteligente contraste y apuesta.
La partitura, como la mujer, irá creciendo con el paso de los minutos.
Clint
Eastwood comenzaba su zambullida artística directa en el mundo de la
composición durante la década de los noventa. Las colaboraciones con su amigo
Lennie Niehaus se limitaban a dar cuerpo a temas principales y adaptar luego la
música, como director, a la imagen. El poder que mostró, ya en este inicio, fue
incuestionable y con un sencillo, práctico e inteligente (siempre) motivo
conseguía dar una fuerza y sentido a sus historias como muchos otros músicos,
con una partitura entera, jamás han logrado.
El
jazz tiene una influencia notable sobre la historia. El gusto de Eastwood por
este estilo de música siempre se ha visto reflejado en sus filmes y, en el
presente, no lo es menos. Paulatinamente, al tiempo que la historia avanza, su
presencia disminuye, limitándose finalmente a los encuentros íntimos (que no
sexuales) de la pareja. La música original, progresiva y siempre bajo el
minimalismo que caracterizará las partituras del director en el futuro, cobra
minuto a minuto una presencia activa y fulgurante hasta llegar a un final de
verdadero, artístico e intelectual éxtasis. La complicidad de ambos músicos es
extraordinaria y juntos llegan a formar una dirección musical complicadísima
(como también lo es su percepción latente). En las secuencias finales,
orquestado ya por Niehaus el tema
principal de Eastwood, la música parece llorar los acontecimientos. Y no, no se
trata de una metáfora el comentario sino, certeramente, una realidad: el
compositor ejecuta unas curiosísimas ‘’disonancias melódicas’’ que hieren
drásticamente el alma y elevan toda, absolutamente toda la película, a
consideración de idea, muy alejada ésta de acontecimientos reales, vitales o
sentimentales. El Romanticismo brota por tantos lados que la partitura rasga
los ojos del espectador y saca violentamente sus lágrimas. Sin duda, una obra
maestra del cine y una joya de la música del séptimo arte injustamente
olvidada, pobremente valorada en muchas ocasiones y que debiera estar entre las
desconocidas y minusvaloradas mejores bandas sonoras de la historia moderna del
cine.
PUNTUACIÓN:
10
Antonio Miranda. Noviembre 2017.
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