THE KILLING
OF A SACRED DEER (2017)
Sofía Gubaidulina, Schubert, Bach y varios.
Majestuosa
obra del director griego Yorgos Lanthimos, en absoluto recomendable para
amantes del cine pasivo y comercial o sí, por otro lado considerado, con la
esperanza de conocer verdadero arte. Pausada, tensa, atrevida, reflexiva y
metódica. Vayamos al lado musical, punto fílmico que nos interesa.
El
tratamiento que el director realiza con la música es ejemplar. Ninguna pieza
compuesta para la ocasión, Lanthimos opta por un conjunto muy compacto y bien
presentado, todo él atado, abrigado e influenciado por la grandeza de dos
piezas clásicas, un inicio y un final el primero directo y eficaz y el segundo,
sin duda, de una mezcolanza religiosa y satánica devastadora: espectacular. Los temas son el ‘Stabat Mater, D
383- I. Jesus Christus schwebt am Kreuzel', de Schubert y ‘St. John Passion,
BWV 245- No. 1, Chorus. Herr, unser Herrscher', de Bach, ninguno de los
autores mencionados en los créditos de la edición discográfica y sí los
intérpretes.
Hay
en la música de ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ la unidad precisa, el
impacto necesario y el estudio óptimo para otorgar a la historia el matiz
deseado por el director, una adjetivación del argumento absoluta y en un primer
plano tan rotundo que, por instantes, las notas llegan a ser tratadas
intencionadamente con un volumen ensordecedor y que, en segundos concretos,
tapan incluso el lenguaje, prueba incuestionable de la trascendencia de la
composición de las piezas para la película. De hecho, un detalle importantísimo
es el inicio de la locura de la familia ya desde el segundo inicial, cuando las
imágenes simplemente relatan los encuentros entre el joven Martin y el padre de
la familia. Cómo el director trata estos primeros minutos es de una
inteligencia desbordante y consiguiendo, incluso, adaptar movimientos y
detalles al sonido o intensidad de la música, teniendo siempre en cuenta que él
ha de conseguir su secuencia ya que los temas no han sido compuestos para la
ocasión. La línea que traza inicialmente, con el tema ‘Sonata para violín y
cello, Rejoice!- IV. And He Returned To His Own Abode’, como director del comienzo
intuitivo, es interesantísima. Este fragmento se repite siempre que joven y
adulto se ven (elemento embriagador único de los primeros minutos) y como única
referencia musical del casi primer cuarto completo del filme. Tras la pieza de
Schubert, ésta de la compositora Sofia Gubaidulina se convierte en única
transmisora de lo que está por llegar. El espectador conoce que nada normal
está ocurriendo, que un desenlace extraño vendrá mientras sus ojos presencian
escenas que su mente ya olvida, gracias a la transposición musical que nos
lleva hasta las futuras. Espléndido.
Existe
en la obra, igualmente en la musical, una estructura dual muy marcada: el lado
sacro y clásico de las dos piezas mencionadas y el adjetivo contemporáneo y
experimental del resto de la composición. La abstracción, etérea concepción y
misticismo del lado clásico y, por otro, la realidad, la descripción y la
angustia vital del contemporáneo. Éste, a su vez, se viste de negro y blanco en
un topetazo de contrarios que, al tiempo, se complementan para formar un todo:
el tránsito al futuro de la parte inicial y el apoyo ya a la realidad
angustiosa que se nos muestra en la parte central y final del filme. En fin,
una combinación de estructuras formales que, de hecho, actúan sobresalientemente
como si de una partitura escrita original se tratara.
Aderezada
la historia con tres o cuatro temas puntuales que sólo sirven para matizar
instantes y que, en la escucha aislada del cd, bien podrían haber desaparecido
a la más mínima intención de contemplarlos oficialmente, el argumento se
asienta en tres motivos principales. El primero, ya comentado (‘Sonata para
violín y cello, Rejoice!- IV. And He Returned To His Own Abode’, de
Gubaidulina), ha mantenido una evolución intensa y estudiada en los minutos
nacientes. El segundo, ‘Et Exspecto- I. Movement’ también de Gubaidulina, da un
paso más en contundencia y gira determinados momentos hacia el ‘golpe’, el
nerviosismo y la adherencia a la imagen (que no tuvo el primero). La habilidad
musical de Lanthimos se muestra: la estructura compositiva del filme ha quedado
sellada. ¿Cómo?: escuchamos prácticamente una hora de historia bajo la batuta
de las piezas de la compositora rusa. Un detalle: Gubaidulina es conocida por
la profundidad religiosa de sus obras y el matiz trascendental de sus
composiciones, lo cual nos lleva a crear un lazo más en la forma estudiada de
la música en la presente película: demostrado queda el sentido religioso del
tema inicial y final. Y con la elección de la artista rusa, igualmente la parte
central de las notas más contemporáneas. Un todo que adquiere el sentido
profundo de un significado que el espectador, a medida que avance la historia,
irá creando alrededor de sus propias creencias y especulaciones. Absolutamente
una película personal, individual y subjetiva.
Lanthimos
desarrolla la parte más dramática con el tema de Gubaidulina ‘De Profundis’. Un
drástico movimiento en la historia que nos lleva hasta el problema de la
familia. Hasta ahora, la música describía y profundizaba en la relación del
joven Martin y el médico. Siempre se escuchaba en sus encuentros o relaciones.
El director, astuto, mueve el argumento para con la desgracia familiar al
tiempo que lo hace con este fragmento histriónico, ahogante y mortífero. Ha
llegado el desenlace.
La evolución de la música y la historia van a la
par. Si bien, al inicio, aquélla residía en el corazón del espectador y ésta se
mantenía lineal, avanzando los minutos ambas fusionan sus caminos y adquieren
un paralelismo absoluto, consiguiendo tensionar al espectador con toques
inteligentes en pantalla y en partitura. Lanthimos acude a un par o tres más de
fragmentos de contemporánea, una vez afianzada su temática musical, cierra los
histriónicos sucesos con fragmentos neutros en cuanto a estudio (una vez
fabricado el armazón) y concluye religiosamente como inició todo, ahora con el
tema de Johann Sebastian Bach, como ocurre en otras muchas obras de grandes
cineastas: un canto al pensamiento, al orden del caos que ha ocurrido, a la
metafísica de la existencia y a la metáfora satánica de una raza, la humana, a
la cual somete el mismísimo Satán a los propios deseos y castigos que ella
misma genera dando forma al monstruo social que representa el joven Martin.
Puntuación:
9
ANTONIO MIRANDA. DICIEMBRE 2017
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