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TOKYO MONOGATARI(1953)
TAKANOBU
SAITO.
Obra
compleja, difícil percepción artística y no menos costoso análisis musical de
una creación catalogada por muchos, y no con poca razón, entre lo mejor (si no
lo máximo) de la historia del cine. Nos encontramos ante una composición,
nuestro espacio, de contraste conceptual enorme, fácilmente audible y
arduamente interpretable, sin duda. Podemos resumir la presencia de las notas
de Takinori Saito en un solo tema principal y sus sucintas, delicadas e
inteligentes versiones, pareciendo escuchar a cada momento las mismas notas y
en su mismo orden. No es así.
La
partitura que el compositor japonés elabora para la grandísima obra maestra de
Yasujiro Ozu es engañosa. Su empleo, casi podría decirse que al cien por cien,
resulta tierno y aparentemente fácil, pero guarda simbolismos y matices en todo
momento, como la película en sí, ejemplares. El tema principal, absolutamente
melódico y con características occidentales (fijémonos en la curiosa falta de
instrumentación y atmósferas típicas de la música oriental, apenas empleadas
por el artista), nos lleva a descubrir, y también asentar, una red de
interpretaciones exquisitas: Saito lo empasta, inicialmente, con percepciones
de Tokio (donde se desarrollará gran parte de la historia y, sin duda, del
malestar vital que va a rodearnos constantemente). Tokio, la gran ciudad, es la
proyección hacia Occidente (de ahí los matices de la música) y, de la misma
forma y habiendo sido asociada a la composición, será su ingente figura, la devastadora
sociedad cosmopolita, la que devorará a los ancianos y a su vida,
devolviéndoles irremediablemente a su pueblo y, con esto, al estatismo de
siempre y a la muerte. Una proyección final que descubrimos admirablemente en
la música. Cómo director y compositor proponen una inicial asociación (con la
ciudad) para, realmente, abstraer este concepto para aplicarlo con fuerza al
sentimiento (a lo rural). Atentos cómo, cerrando la película y pasados los
minutos, las horas o los días, podríamos escuchar la melodía de ‘Cuentos de
Tokio’ como fiel representante de la nostalgia que nuestra pesadumbre o soledad
puedan generar a cualquier persona en cualquier instante. Universal.
Como
hemos dicho, los detalles de la música son pequeñas joyas. Desde una clarísima musicalidad,
que han desarrollado en la actualidad las composiciones hollywoodienses
(estrepitosamente en muchos casos, sea dicho), hasta el silencio de la escena
final, cautivadora, entre Noriko y el padre (para segundos después cerrarla con
el tema final, una vez la emoción ha sido compuesta por ese silencio ‘’…que
parecía sonoro’’) pasando por la maravilla de trasposición de notas que el
artista aplica a su obra en el instante en el que la madre enferma. Nada es
trivial, en la aparente simplicidad del filme y la música: nada. Y los pequeños
detalles, tan intensos y buscados, igualmente se mantienen humildes en una obra
que, nada reconocida al acompañar a un transatlántico como resulta la obra
global de Ozu, una vez estudiada y matizada con detalle queda flotando
tersamente, como es ella, en el sobresaliente. Indispensable conocer cómo se
compone una partitura para una obra de arte conjunta, sin llamar la atención.
PUNTUACIÓN: 10
Antonio Miranda. Febrero 2018
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