BANDA SONORA (CRÍTICA)- BANDA APARTE- Michel Legrand.




8 sobre 10

BANDA APARTE (1964).
MICHEL LEGRAND.


                La sutileza estructural que encontraremos en el desarrollo compositivo de ‘’Banda aparte’’ resultará tan admirable como, por momentos, el lirismo y belleza de sus temas. Michel Legrand, habitual compositor de la corriente cinematográfica conocida como ‘’La Nouvelle Vague’’, desarrolla un minimalismo organizativo complejo y difícil de apreciar pero, sin duda, clave a la hora de conocer el sentido profundo de la historia. Poquísimas veces, por cierto, se habrá compuesto una partitura tan centrada en un solo personaje: Odile.
                Los quince primeros minutos de la historia son exquisitos, musicalmente hablando. El tedio, la apatía y cierta desgana pueden llegar a forzar nuestra atención durante la extensa escena de la clase de inglés; vayamos al sentido musical de todo lo que ha ocurrido hasta ahora.



                La veleidad que desprende la pieza pausada que abarca esta introducción es incuestionable. Legrand compone un tema cuya capa trasera, completamente ocupada por el bajo, es fundamental en el entendimiento de la historia: su sonido, lento, tranquilo y rítmico, no resulta nada más sino la forma de actuar de la joven Odile, coqueta, receptiva y pendiente únicamente de su figura femenina y la atracción que provoca. Contrario a lo que lógicamente podría pensarse, la partitura del compositor francés describe, magistralmente, la vida y forma de actuación mundana de la chica. En absoluto las notas acoplan a su estructura matiz romántico alguno. Sí, por el contrario, la inquietud de una joven, aparentemente inocente, cuya consciencia de la atracción que genera es el motor para vivir y conocer actos, situaciones y cosas nuevas. Michel Legrand, con sutileza, nos va recordando este significado de la historia, centrado en la joven, con la inclusión en pantalla de su tema constante durante escasos segundos (y con súbitos finales, una de las varias cuestiones novedosas en esta corriente artística). No existe narración musical de las situaciones; el artista, de la mano del director, plantea, con la partitura, centrar la atención del espectador sobre lo que ellos realmente están fijando el argumento: la vida cotidiana de una muchacha. Por eso suena continua e intermitentemente la pieza compuesta por Legrand para Odile.


                Pasada la primera media hora y entrando ya en la parte central de la historia (segundo tercio), la estructura musical, que explica gran parte de la importancia y sentido que aquélla tiene, se complica. Su estudio detenido es delicioso. Legrand mantiene el tema principal (tema de Odile) pero ahora, al final del primer tercio, nos ha introducido un par de piezas jazzísticas muy interesantes, a priori intrascendentes, que representan un punto de inflexión profundo e inteligente (Legrand, con ellos, narra por vez primera las peripecias de la joven, que ha conseguido vivir y ya, junto a los dos varones conocidos, no necesita de su atractivo para conseguirlos): compositor y director llevan a cabo una labor tan estudiada y completa que son capaces de, sin darnos cuenta (y ayudados por la ‘’voz en off’’, elemento clave para comprender el ámbito no mundano y sí trascendental de la historia), voltear el tema de Odile y, si antes era un referente de la joven, su atractivo y su deseo de hacer cosas, ahora (una vez conseguida su amistad y vivencias con los dos chicos) toma un cariz melancólico y absolutamente trascendental. Vamos a ser espectadores de cómo un mismo tema, sin ninguna variación, es capaz de referirse a un mismo personaje en dos sentidos completamente opuestos. Genialidad conseguida. Odile, víctima de su sólida fuerza femenina, cae en su propia trampa y en el mismísimo desamor. La propia inocencia de la chica le hace pasar del deseo de gustar por puro egoísmo al creído amor en pocos minutos. Así mismo hace Legrand con su tema.


                El último tercio de obra, inmediatamente su inicio previo a la famosa escena en el Louvre, comienza con un tema pausado y hermosísimo, nuevo y puerta de entrada a lo que será el desenlace sentimental de la chica, absoluta protagonista del significado y desarrollo de toda la historia. El siempre mencionado tono a thriller de ‘’Banda aparte’’, cinematográficamente hablando, comienza ahora. No obstante, atiéndase a la peculiar opción de director y músico de no hacer mención a él mediante un arma potentísima para lograrlo: la música (el tema compuesto para el momento del robo no pasa de ser un mero elemento anecdótico en la partitura, sin importancia real). La música, por tanto, se centra, inexorablemente, en Odile (reflejo, como hemos explicado, de nuestra visión alrededor de la importancia de la chica).



 Trailer de la película.

                El final es una magnífica muestra de lo comentado anteriormente. El bellísimo y triste tema que iniciaba este último tercio también lo cierra. Legrand, en esta media hora final de intrigas, muertes y acción, emplea unos segundos la narración típica de las escenas y el resto, como por un intento de aún reforzar más la figura de Odile, versiona el tema nuevo y demuestra, con su cierre melancólico y dramático (que nunca de amor) toda la historia de decadencia vital que ha ido degradando la vida de la joven, cuya ridícula inocencia llega al clímax al olvidar a su amado y retomar los sentimientos por el otro de los amigos. Un magnífico colofón musical para una partitura de minuciosos detalles estructurales que ningún buen aficionado al cine debería perder la ocasión de estudiar. Como hemos visto, muy lejana a una extendida opinión que la califica de banda sonora jazzística o, incluso, romántica y sí posicionada, por el contrario, de lleno en el dramatismo del devenir cotidiano.

A TENER EN CUENTA: una muestra más de la excelencia musical, en cuanto a estructura y composición, de los autores que pusieron su firma a las películas de la corriente ''Nouvelle Vague'', fuente interminable de joyas de la música de cine.


Antonio Miranda. Febrero 2016.







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