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LAWRENCE OF ARABIA (1962).
MAURICE JARRE.
CINE EN ESTADO PURO Y MÚSICA QUE
PODRÍA PARTIR CUALQUIER PRETENSIÓN DE OTRA POR HACERSE CON LA HISTORIA QUE SE
CUENTA. La música del genio francés, ya eterno, es absoluta, desgarradora y
merecedora de cualquier sitio en el devenir de la música que ocupara alguna de
las muchas partituras de música clásica del siglo XX. Su aparición en la
aventura (dejando de lado la obertura y los créditos iniciales) está entre las
más potentes, arrolladoras y grandiosas: el amanecer en el desierto y la visión
de éste en toda su plenitud son, no cabe duda, brotes artísticos de la batuta
del compositor.
Maurice Jarre siempre dominó la
técnica compositiva hasta un nivel de originalidad altísimo, tanto que su
estilo, con el paso del tiempo, se configuró como único y fácilmente
identificable. Su adaptación a la imagen es singular, siempre lo fue,
consiguiendo en sus partituras una fusión particular de sobresaliente resultado
en la que, secuencia tras secuencia, nos ofrecía mezclados varios de los
motivos principales de sus obras consiguiendo un dinamismo peculiar y muy
inteligente, dotando con él a la misma película de un movimiento invisible que
nadie ha conseguido jamás y que, de por sí, los directores no pueden conseguir.
Las primeras aventuras de Lawrence y su guía son el ejemplo claro de lo que
comentamos, con múltiples acontecimientos y situaciones de composición en las
que Jarre de pronto ofrece el tema principal como instantes de apoyo casi
propios de la animación y un sinfín de cambios de registro, tonos y ritmos. Sensacional.
La partitura para ‘’Lawrence de
Arabia’’ es suave, curvilínea y escurridiza como la arena del desierto. La
variabilidad que le da su compositor es envidiable, ejemplares las idas y
venidas de los ambientes abiertos con los oscuros: la secuencia en la que
Lawrence deambula por el desierto, pensando alguna solución para los problemas
de sus compañeros, y que se inicia en las tinieblas de la noche (como si de
Cristo tentado por Satanás se tratara) es un nuevo momento que ningún cinéfilo
debiera pasar por alto. La partitura gira tan de pronto como delicada su forma
y, consiguiendo un cariz negro y nocturno, es capaz de atar fortísimamente los
instantes nocturnos de la secuencia con los diurnos inmediatos sin variar el
tono musical. La composición, sin duda y atendiendo a este ejemplo, es la
figura clave y la directora única de estos maravillosos minutos.
El cuadro pictórico que fabrica
Maurice Jarre aúna una gama de colores musicales de una personalidad asombrosa.
Pocas veces un espacio tan complejo, al tiempo que vacío, ha sido dibujado con
una partitura como el desierto por Jarre. El juego que ejecuta el compositor
cuando Lawrence decide volver en busca de su compañero perdido, abandonando la
comitiva que se dirige al ataque de Áqaba, es de un estudio, al tiempo que
sencillez, inalcanzables: tres elementos nos encontramos (los dos hombres y el
sol) y tres estructuras musicales acompañan (dos percusiones distintas más el
brotar de metales y sonidos sintetizados, entre otros detalles, referidos al sol).
El juego, que se debate entre la vida y la muerte, danza al ritmo dramático de
los instrumentos.
Maurice Jarre compuso la música
para ‘’Lawrence de Arabia’’, finalmente, de forma precipitada. Contratado junto
a las grandes figuras de la música clásica del siglo XX, Aram Khachaturian
(cuyas composiciones fueron usadas en varios filmes, como el ‘’2001’’ de
Kubrick) y Benjamin Britten, finalmente fue él en solitario el encargado de
toda la composición, un desconocido al que aquel súbito suceso le cambiaría la
vida. Ya comenzó, por aquel entonces, su atrevimiento con el sintetizador,
incluyendo en la presente obra toques extraordinarios, casi mimetizados con el
global de la orquesta y que terminarían por abarcar casi el total de sus
composiciones futuras y, cómo no, la trayectoria de su hijo, el conocido
compositor de música electrónica Jean Michelle Jarre. En ‘’Lawrence de Arabia’’
emplea las ‘’Ondas Martenot’’ y las combina hábilmente con una sección enorme
de cuerdas (sesenta elementos) y de percusión (entre cuyos músicos él se
encontraba). En fin, una orquesta de ciento cuatro piezas absolutamente al
servicio de la fuerza del artista; no obstante, una fuerza siempre medida y
comprendida.
En definitiva, obra cumbre de la
música de cine y una combinación de romanticismo, aventura y experimentación
únicos en uno de los mejores compositores de toda la historia del séptimo arte.
Puntuación: 10
Antonio Miranda. Marzo 2017.