10 sobre 10
EDWARD SCISSORHANDS (1990).
DANNY ELFMANN.
Introducción
musical de máximo nivel, sin duda entre las mejores de la historia del cine, y
propietaria del entusiasmo máximo posible que provoca el arte practicado con
excelencia. Merecería la pena simplemente estudiarla, de forma aislada, tras el
visionado completo de la película, y deleitarse en los detalles, facetas y
fragmentos compuestos que elaboran, en pocos instantes, un todo hermosísimo y
perfecto.
Pulula por los
cinco primeros minutos de la historia de Eduardo Manostijeras una cantidad de
detalles musicalmente narrativos de calidad extraordinaria. Una capacidad
artística de Danny Elfmann tan abrumadora que pocas veces más, lastimosamente,
hemos podido disfrutar realmente saliendo de su privilegiada y rocambolesca
mente compositiva. Cómo el artista narra y describe este inicio es helador,
como la nieve, pero al tiempo tierno, dramático y esperanzador, todo resumido
en un tema variado de cinco minutos donde cambia de registro al tiempo que lo
hacen las palabras con una facilidad tal que o bien te desconectas de la
secuencia (admirando la música) o te introduces tanto en ella que tus
sentimientos son drásticamente controlados por la composición. Un detalle,
ejemplo de todo lo comentado: la abuela cuenta a su nieta la historia del
inventor y su muerte repentina; al tiempo que la anciana pronuncia y descubre
el fatídico suceso, Elfman gira el sentimiento y lo planta mortíferamente tierno.
Asombroso.
A los diez
minutos presenciamos una escena importantísima; director y compositor quieren
dejar claro, desde un inicio, el sentido absoluto de la historia: una promotora
de productos de belleza, Peg, visita la mansión del protagonista, Eduardo
Manostijeras. Su llegada, durante la que conocemos el aspecto del lugar, es
clave. La atmósfera visual que se nos muestra es la atmósfera musical que
escuchamos desde el principio: oscura y misteriosa, hasta tenebrosa (por un
lado; aquí descansan las figuras y perfiles horrorosos y espeluznantes de la
arquitectura del edificio) y fantástica, hermosa e idealista (por otro, reflejo
de la preciosa estampa del jardín). Ambas latitudes artísticas coinciden y
ambas se relacionan y conviven, tanto en la música como en la imagen de la
historia. Gran planteamiento de Burton y Elfman que ya será la tónica de toda
la historia.
Cinco minutos
más tarde, transcurrido un cuarto de hora, otra sorpresa. La calidad, en
cantidad, del inicio de la obra es asombrosa y uno de los mayores deleites
artísticos (refiriéndonos a la partitura) de la historia del cine. Se trata de
la presentación en pantalla de Edward, rodeado de una numerosa compañía de
detalles por parte del músico. Su aparición no es resaltada con especial dedicación,
mas las atmósferas continuadas fabrican, junto a la imagen lejana llena de
fuerza del personaje, un conjunto extrañísimo que, al ir acercándose, será
volteado con fuerza por unas notas directas y agresivas para pasar, en
segundos, a la ternura. Todo en instantes brevísimos y con una asociación de
fragmentos de un nivel francamente insuperable. La idea global y genérica ya
explicada, desde la que la composición irá desarrollándose, queda ahora
encumbrada por una secuencia envidiable e imprescindible. Es asombroso: quince
minutos de un contenido musical pocas veces visto y que llegan, incluso, a
presentar lo que pudiera ser el modelo tipo de Romanticismo, cuando Edward
conoce, mediante unas fotos, a Kim, la hija de la señora Peg. Un detalle breve
y que no volverá a aparecer, de forma hasta inquietante por la distancia entre
ambas secuencias (aún presentes los personajes en interacción), hasta la mitad
del metraje. No obstante, puntual
referencia pero crucial en la historia, ya que la idea de la sección más
importante de la partitura (y película) descansa en el Romanticismo, en la
visión pasiva y sufridora de Edward y que terminará desglosada al final de
forma dramática y no sentimental, afortunadamente.
La narración
variable de Elfman resulta asombrosa. Hay una explicación a tal concepto, en
principio algo novedoso en una partitura que pretenda guardar cierto
equilibrio: lo tiene, sin duda, pese a la diversidad de estructuras para una
misma secuencia. La fuerza descansa en el empaste milimétrico entre imagen y
música, llegando a un nivel de cambios interpretativos muy alta. La escena en
la que los vecinos de la ciudad salen con sus coches para iniciar la jornada
es, en principio, sencilla y simple. No es así. La composición, en escasos
segundos, viaja desde una impresiones rocambolescas hasta una burlona sensación
de terror y espanto, saliendo de sus garajes los vehículos, todos a una, como
si de una manada de sociales animales feroces se tratara. El relativo
surrealismo en la historia está, muy de cerca, unido a la obra musical, sin
duda y pronto, a los pocos minutos y finalizando el primer tercio de la
historia, queda ejemplificado en la secuencia del inventor: el Elfman más
‘’Burtoniano’’ y antesala de la también maestra ‘’Pesadilla antes de Navidad’’.
Podríamos, en un pensamiento de fantasía, colocar la voz del propio compositor
y la figura de Jack Skellington y ver cómo se entona cualquiera de los lamentos
de la genial ‘’pesadilla’’ en la memorable ‘’Scissorhands’’.
La parte
central del film se fija en la variación del tema principal de la partitura,
numerosas veces aplicado a la figura del sentimiento del amor. Elfman va
construyendo, como si Edward podase uno de los ramajes de la ciudad, la figura
pausada (pero sólida) de un sentimiento puro, real e ideal. El empleo del tema
variado en su forma favorece el éxtasis final, ya con su unidad en pleno
funcionamiento y en el que el compositor vuelve a dar un salto de calidad para
encaramarse en la historia de la música para cine. De nuevo menciono el concepto
de Romanticismo, tantas veces quebrado y confuso en el séptimo arte (y en la
vida en general). Del sentimentalismo barato han vivido multitud de escenas y
situaciones; Elfman y Tim Burton consiguen, en ‘’Eduardo Manostijeras’’,
fabricar un mundo idealizado y golpeado por el sufrimiento en el que el término
Amor goza de un tratamiento exquisito, nada sencillo y sí afortunadamente lleno
de dolor. Edward padece y Elfman lo adorna, en este final apoteósico, de una
dulzura dramática sin igual, nada remilgada ni social. El amor social: ¡cuánto
daño ha causado al concepto auténtico de Romanticismo!
En definitiva,
una obra coral para la historia que basa su fuerza en la belleza de las
melodías, en una introducción inigualable y un final rebosante de… ¿ternura
filosófica? Permítaseme esta extraña, pero pienso que acertada, expresión.
Memorable tratamiento de una partitura para el séptimo arte.
ESCÚCHALA SI...: no quieres perderte uno de los inicios más asombrosos de la historia de la música de cine y una partitura repleta de belleza.
NO LA ESCUCHES SI...: te mantienes en la idea de contemplar simplemente la forma exterior de las composiciones para cine.
RECOMENDACIÓN END TITLES: fundamental.
OTRAS OBRAS DEL AUTOR: ''Pesadilla antes de Navidad'', ''Sleepy hollow''.
PUNTUACIÓN: 10
Antonio Miranda. Diciembre 2015.
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