BSO- CENIZAS Y NIEVE (Ashes and snow)- Lisa Gerrard, Patrick Cassidy, Michael Brook.


10 sobre 10


ASHES AND SNOW (2005).
Lisa Gerrard, Patrick Cassidy, Michael Brook & Varios.

EL AGUA Y LAS PROFUNDIDADES: ¿Podríamos describir la primera secuencia, de aproximadamente ocho minutos, como una metáfora religiosa, como la ascensión de Jesucristo hasta su Padre, así la unión del Hijo del Hombre, representando a la raza humana, encontrándose con su Dios (el primer animal marino, la ballena) tras la conversión de una de las personas en Él, en el Todopoderoso? El matiz simbólico, metafísico y espiritual de este filme experimental es asombroso. La partitura (elegante, psíquica y lineal) es una figura celeste que traza las líneas delicadas de cada secuencia, sin cortes, sin pausas y actuando como colchón de agua hacia los bailarines marinos o lenta atmósfera que lo sujeta todo. La música, que embelesaría a cualquier inquieto de cultura, supone la más absoluta descripción de lo que acontece y, más allá, de lo que trasciende al ver lo que sucede.



EL AGUA Y LA SUPERFICIE: La composición continúa su estructura sintetizada, etérea, reflejo del agua que fluye en la superficie de la tierra, de los templos. Curiosamente, otros ocho minutos de escena que terminan con la música impasible a cualquier cambio; no obstante, concluidas las dos secuencias de idéntico minutaje, la composición golpea:

EL CIELO Y DIOS: El duduk (sin duda, para nosotros, la imagen de Dios representada por los elefantes) aparece tan majestuoso como lívido, elegante, absorbente y mágico. Metafísico y divino, el texto de la voz en off nos guía y descubre dónde nos encontramos, el recinto extasiante del Cielo, donde descansan los elefantes dormidos con un ojo abierto, velando por nosotros. El Hijo del Hombre ascendió, durante la primera escena, a los cielos donde ahora presenciamos a la raza y los elefantes. La partitura, como decimos, golpea de forma absoluta con una parsimonia y delicadeza extremas. Una habilidad encomiable y un duduk dominador de todo.



DIOS Y LA RAZA: Tras exactos otros ocho minutos de ‘’El Cielo y Dios’’, la música asciende pareciendo ser empujada por la secuencia anterior (el duduk y la voz masculina hacia una esfera más allá). El instante es sobrecogedor, pocas veces en la historia del cine una voz hiere tan profundamente la escena, el alma y la vida del espectador: Lisa Gerrard aparece espectacular insertada en la historia, fijándote quizá la muerte que aguarda (la historia nos sitúa en lugares cósmicos, lejanos a toda realidad vital) o la vida que llega (con la figura de la mujer, el águila y la esfera que frota contra su vientre como si de su hijo se tratase). La metafísica que llega a engendrarse en la simbiosis imagen-voz es prácticamente inabordable. Un espectáculo para cualquier persona ávida de Arte. Lisa Gerrard, absolutamente, se transforma en el elemento principal de toda la concepción de la historia. Llegamos a intuir, incluso, una semejanza curiosa, un hecho inquietante en cuanto a la muerte y la vida: la chiquillería asciende por la ladera de la montaña hacia el elefante como si la vida acudiera a la muerte, como si la muerte y la famosa escena de ‘’El séptimo sello’’, de Igmar Bergman, asomara de pronto en pantalla chocando con la vitalidad de los pequeños y pequeñas o certificando la pesimista visión del final de la vida al separarse la madre de los hijos, que de la mano por la ladera ascienden y se alejan y se mueren, expulsados del ‘’Paraíso’’. Asombroso.



LA TIERRA: sobre una nota mantenida de las cuerdas graves, Lisa entona el cántico de la desgracia; la voz en off narra más y más elementos terrestres, animales, sucesos, vemos las hienas, recordamos los sueños. La raza ha sido desterrada o el Hombre ha muerto. No hay un elemento más absoluto que la compositora y su influyente voz.

DIOS: el humano y el elefante danzan bajo el agua; Cristo y Dios mismo se fusionan. Escuchamos nuevamente el duduk y nuestra explicación de la fusión entre el instrumento y la simbología divina del animal nos certifican lo dicho. La bestia, tranquila, paciente y hermosa, juguetea sin apenas moverse junto al Hombre, al lado de la Mujer. La etérea atmósfera de la historia brota por todos lados. El amor, la vida, la muerte, la lejanía, los sueños, la cosmología… incluso la sexualidad prohibida (especialmente llamativa resulta la danza de las dos mujeres bajo el elefante y entre la manada, siempre acariciadas por la melodía y el timbre enigmático del duduk, como si Dios mismo besara ruborizado la piel de las dos hermosas bailarinas).



Concluyendo, composición de muy variados artistas entre los que sobresale, sin duda alguna, Lisa Gerrard. Unidad completa y sin fisuras, el sonido del duduk como comando primero a seguir y un resultado final a la altura de grandes obras de arte del cine. Imprescindible.



PUNTUACIÓN: 10           

Antonio Miranda. Octubre 2016.



BSO- EL BUENO, EL FEO Y EL MALO (The good, the bad and the ugly)- Ennio Morricone.



9,5 sobre 10

THE GOOD, THE BAD AND THE UGLY (1966).
Ennio Morricone.


Primera media hora introductoria apoteósica que establece una simetría perfecta juntando las tres entregas de la ‘’Trilogía del dólar’’ mediante una estructura similar a la de la primera parte (‘’Por un puñado de dólares’’), impartiendo una clase magistral de cómo ‘’bombardear’’ al espectador con multitud de detalles compositivos que reflejan la no menos fastuosa comitiva de sucesos y que,  a su vez, se encuentran arropados por el tema central (ejemplo de composición mítica en la historia de la música), cuidadosamente presentado desde unas primeras apariciones sobrias hasta una final, la conclusión de la introducción (que coincide con el cartel de presentación de ‘’El bueno’’), que supone el clímax del tema con todo el ‘’equipo’’ de sonidos (que hasta ahora se han utilizado) prestos a un único motivo: el principal. Maravillosa introducción, realmente complicada de percibir en un entorno tan masificado y una duración de media hora.


El carácter puntualmente bufonesco de las partituras de las tres entregas toma su cuerpo entero en la tercera; los instrumentos, sonidos y empleo de ellos que oferta Morricone deliran de una forma tan estrambótica como artística y nos encontramos con su mayor ejemplo y  tímido (pero firme) exponente tras los exquisitos minutos que la partitura desarrolla en el desierto, ‘’El Bueno’’ siendo castigado por ‘’El Feo’’ tras su periplo de idas y venidas y encuentros  e insistencias: la composición toma su vertiente pausada e intrigante, pocas veces empleada pero con una fuerza muy estable. Tras los minutos de silencio en los que ‘’El Feo’’ descubre la caravana y su sorpresa al encontrar a ‘’El Bueno’’ al pie de los cadáveres tras conocer el nombre clave que les conduciría al botín, el compositor hiere, dispara y mata de forma cómica con el tema principal ‘’puro y duro’’. Una situación cómica y delirante para los personajes y los espectadores, al tiempo, que la partitura se encarga de entronar admirablemente dejándose ver en su lado más burlesco. Realmente, una de las secuencias de la trilogía con más intención. Un primer tercio exquisito y que concluye con uno de los pocos empleos en las tres entregas de temas sentimentales (en ‘’La muerte tenía un precio’’ el referido al coronel), esta vez de profundo sentido y largo uso y que supondrá la antesala a la magna obra en ‘’Hasta que llegó su hora’’ (y, temporalmente, a lo que está por llegar en la presente entrega). No obstante, zona intermedia del filme que, si bien roza la hermosura siempre patente en este tipo de piezas de Ennio Morricone, golpea negativamente la dureza y rugosidad de un largometraje excesivo y que pierde, por el traslado de ambientes y su tratamiento de los ejércitos (desviando notablemente hacia una impersonalidad nada necesaria), una figura firme y bien delineada.



La escena posterior a estas secuencias lentas es musicalmente extasiante al tiempo que, sin duda, nada pomposa y sí con una composición a base de capas de sonidos directos y aparentemente sencillos (percusiones). ¿Por qué nos causa tal sensación positiva? Muy sencillo: vuelve la barbarie original, la que nunca debió marcharse y, curiosamente, la que bebe de la partitura más experimental y propia de la trilogía (y que, intencionadamente, vuelve a perderse a favor de la progresiva disminución de esta característica en toda la partitura e historia). Cómo en un filme la imagen perjudica a la composición es algo palpable en nuestro caso. La llegada e inserción en el conjunto no ha sido progresiva sino abusiva y su salida, igualmente, repentina como si de la secuencia en la que los dos bandidos despiertan sin estar ya, de pronto, el batallón junto a ellos. Un tipo de parche algo vacío que perjudica notablemente el resultado final. La enervación de sensaciones al volver los bandidos a sus duelos, sus búsquedas y sus disparos es, en este momento, esplendorosa gracias a este contraste de atmósferas (‘’¿Quieres morir solo, Tuco?’’; ¡no te pierdas estos diez segundos inigualables! La maestría de Morricone resumida en un instante, las cuerdas graves ‘’hablando’’ por primera vez entonando las tres notas que siguen a las cinco primeras del tema principal y el inicio, tras dos segundos de pausa, de las guitarras. Espectacular. Momento, quizá máximo, de las tres entregas; no obstante, aparentemente sin importancia).
Llega la escena del cementerio. El conglomerado de matices que en este instante se juntan, yéndonos al ámbito secuencia o al de la música (con el gran tema compuesto por Morricone: ‘’El éxtasis del oro’’) es valiosísimo; desde un canto a la libertad hasta el abatimiento existencial; desde el cuadro religioso hasta el más absoluto de los desenfrenos homosexuales cuando nos damos cuenta, atónitos, cómo la voz femenina de la soprano acompaña la llegada de un bandido rudo y áspero mientras, por otro lado, su corretear perdido podría semejarse a cualquier atributo menos con el de un clásico y machista hombre de pistola; desde el arrebato de locura de la huella de un objeto volante no identificado que extiende su dominio ante los hombres (el círculo interior y las tumbas circundantes) hasta la muerte misma. El poder de esta secuencia, ya globalmente tratada, con música e imagen juntas, es de un valor cinematográficamente incalculable. Además, todo el matiz pastoso que el fragmento de los ejércitos provocaba en el espectador, no demasiado bien encajado en el total, pasa ahora a ser ligeramente suavizado por la escena y, sobre todo, por este cambio musical que, apuntalado con el tema principal de cuando en cuando, supone un entramado de partitura para nada abrupto y sí progresivo que nos hace comprender y aceptar todo lo pausado anterior con algo más de cordura.



Un final a la altura del inicio y una banda sonora, en definitiva, sobresaliente que pudo ser perfecta de no haber resultado poco conjuntada la parte de la lucha entre los ejércitos; no obstante, imprescindible y con un motivo principal de los mejores de la historia del cine, fabricado en base a las dos entregas anteriores.



PUNTUACIÓN: 9,5

Antonio Miranda. Octubre 2016.



BSO- EL CEREBRO DE FRANKENSTEIN (FRANKENSTEIN MUST BE DESTROYED)- James Bernard.



10 sobre 10

FRANKENSTEIN MUST BE DESTROYED (1969).
JAMES BERNARD.

Los siete primeros  minutos de partitura afianzan esta composición en una vertiente bien estudiada y, sin duda, fervientemente descriptiva, lo que nos conduce a su práctica narración, al tiempo. Su calidad es tan notable que el apoyo a las secuencias que van sucediéndose es tan vital como ellas mismas. La unión que el artista fabrica entre el ladrón y el doctor, cuando ambos entran en conocimiento uno del otro, es ejemplar, aplicando a la orquesta una inteligente simbiosis de los matices individuales que, apareciendo en pantalla por separado, iban identificando a cada personaje.
Las apariciones de Bernard son soberbias. Tras más de diez minutos de silencio (recordémoslo, tras una introducción musicalmente frenética), los vientos dibujan el rostro del doctor Frankenstein al abrir la puerta su joven colega, el doctor Karl Holst, en busca del paquete que se le había caído en la entrada de la residencia. No existe impacto alguno de cámara ni efecto cinematográfico que ensalce el instante (lo hará minutos después un zoom al rostro del doctor precisamente sin música pero que, sin duda, Bernard ya ha ‘’santificado’’ con sus notas comentadas de esta primera aparición frente a Holst). La secuencia (o, más bien, el momento) es extraordinaria gracias a una ligera pincelada del maestro Bernard. Ejemplar y un afianzamiento más, casi diría que el definitivo, de la figura extraña y oscura del fugitivo doctor que se marca sobresaliente con el rostro de Frankenstein en primer plano cerrando el momento. Una separación de música e imagen, cada una apareciendo en dos instantes distintos pero unidas sin ninguna duda en el resultado final que el director pretende ofrecer al espectador. Inteligentísimo.



La composición no está presente de forma constante en la historia de ‘’Frankenstein must be destroyed’’; no obstante, su impresión sí. La fuerza que tiene queda tatuada e imborrable en cada momento y los detalles, cuando la escuchamos, dejan perplejo a cualquier estudioso de sus apuntes: los dos doctores, ya inmersos en la búsqueda de nuevo material quirúrgico, son descubiertos. La escena, no llegada la media hora, es ejemplo del resto de la obra. Bernard aplica un motivo narrativo ligero que irá balanceando según el director quiera mostrar personajes, instantes o sensaciones. Él nunca lo abandonará y terminará la escena versionándolo, tras la muerte del hombre, a un ritmo lento, cansino y absolutamente distinto a su inicial. Realmente la complejidad de componer un momento mediante el empleo único de un motivo musical es enorme y el mérito, incuestionable.

El clarinete y el oboe son los instrumentos más importantes de la partitura. Dicho, queda clara su orientación (de un cariz intrigante y mental más que terrorífico). Las escenas se estructuran siempre en una dualidad marcadísima que el músico desarrolla sin ningún tipo de restricción, sometiendo su música a las imágenes de una historia que crece y se orienta más allá del simple horror como cliché del personaje. Su culminación la encontramos en una secuencia maravillosa, ejemplo de cómo la música ahoga, crece y rompe. Sin objeción: el instante artístico más alto de la obra (aunque no el más complejo). Vayamos con él: suenan las cuerdas agudas, adoptando el motivo principal, inquietante, que ya no cambiará; Anna, la hermosa mujer que permanece con los dos doctores, está en su habitación. Intuye algo y sale. Bernard cambia de los violines a los vientos; ahora recorre la escalera y los pasillos y el motivo empleado adquiere una simetría al ya usado. Sale a los exteriores y, de nuevo, un giro en el uso de instrumentos sin variar el tema de melodía. La partitura evoluciona y varía a cada estancia que la joven recorre. No resulta una secuencia importante en apariencia, pero sí su empleo y estructura y el desenlace puntual que termina con el abuso del doctor Frankenstein hacia la mujer cuando, solos en casa, entra en su habitación. Un final de secuencia en el que el compositor trabaja más el tema que hemos mencionado y, siempre con la dualidad comentada, bloquea lo que vemos y permite ir un poco más allá en la figura, presencia e historia del malvado doctor.



La parte final, con el despertar del ‘’monstruo’’ y el desenlace de todos los acontecimientos, se convierte en el apogeo narrativo de Bernard para otorgar una movilidad de sucesos, personajes y secuencias de altísimo nivel. El compositor nunca abandona el cariz directo (y hasta simple) de una partitura que ahora, enlazando unos segundos con otros, emplea sutilmente el tema principal entre una maraña estructural (que no, como acabamos de indicar, compositiva) que le permite identificar momentos y personajes una vez con una secuencia musical y, al instante, con otra. Sobresaliente broche que todavía guarda un paso más: la sección grave de las cuerdas surge por primera vez, poderosa y oscura, para acompañar las intenciones del nuevo ser creado. Llegamos a percibir, fervientemente para el estudioso, cómo los pasos del personaje, justo antes de entrar a la habitación de la que fue su esposa, son delicadamente dibujados por las notas de los instrumentos y de qué manera tan notable el compositor mantiene una pequeña estructura cual minimalismo artístico en plena acción y que aglutina la totalidad de elementos y recursos de una partitura en la que, si nos fijamos en la mayoría de las secuencias, la variación continua hacia semitonos más agudos es una de sus peculiaridades repetidas e identificativas. Composición, en definitiva, de una forma simple que agudiza su complejidad en la parte final, siempre habiendo mantenido una postura seria, firme, muy estudiada y con instantes de verdadero nivel cinematográfico. Imprescindible en las aportaciones del artista a las producciones de la Hammer.





PUNTUACIÓN: 10


Antonio Miranda. Octubre 2016.