Lisa Gerrard, Patrick Cassidy,
Michael Brook & Varios.
EL AGUA Y LAS PROFUNDIDADES:
¿Podríamos describir la primera secuencia, de aproximadamente ocho minutos,
como una metáfora religiosa, como la ascensión de Jesucristo hasta su Padre,
así la unión del Hijo del Hombre, representando a la raza humana, encontrándose
con su Dios (el primer animal marino, la ballena) tras la conversión de una de
las personas en Él, en el Todopoderoso? El matiz simbólico, metafísico y
espiritual de este filme experimental es asombroso. La partitura (elegante,
psíquica y lineal) es una figura celeste que traza las líneas delicadas de cada
secuencia, sin cortes, sin pausas y actuando como colchón de agua hacia los
bailarines marinos o lenta atmósfera que lo sujeta todo. La música, que
embelesaría a cualquier inquieto de cultura, supone la más absoluta descripción
de lo que acontece y, más allá, de lo que trasciende al ver lo que sucede.
EL AGUA Y LA SUPERFICIE: La
composición continúa su estructura sintetizada, etérea, reflejo del agua que
fluye en la superficie de la tierra, de los templos. Curiosamente, otros ocho
minutos de escena que terminan con la música impasible a cualquier cambio; no
obstante, concluidas las dos secuencias de idéntico minutaje, la composición
golpea:
EL CIELO Y DIOS: El duduk (sin
duda, para nosotros, la imagen de Dios representada por los elefantes) aparece
tan majestuoso como lívido, elegante, absorbente y mágico. Metafísico y divino,
el texto de la voz en off nos guía y descubre dónde nos encontramos, el recinto
extasiante del Cielo, donde descansan los elefantes dormidos con un ojo
abierto, velando por nosotros. El Hijo del Hombre ascendió, durante la primera
escena, a los cielos donde ahora presenciamos a la raza y los elefantes. La
partitura, como decimos, golpea de forma absoluta con una parsimonia y delicadeza
extremas. Una habilidad encomiable y un duduk dominador de todo.
DIOS Y LA RAZA: Tras exactos
otros ocho minutos de ‘’El Cielo y Dios’’, la música asciende pareciendo ser
empujada por la secuencia anterior (el duduk y la voz masculina hacia una esfera
más allá). El instante es sobrecogedor, pocas veces en la historia del cine una
voz hiere tan profundamente la escena, el alma y la vida del espectador: Lisa
Gerrard aparece espectacular insertada en la historia, fijándote quizá la
muerte que aguarda (la historia nos sitúa en lugares cósmicos, lejanos a toda
realidad vital) o la vida que llega (con la figura de la mujer, el águila y la
esfera que frota contra su vientre como si de su hijo se tratase). La
metafísica que llega a engendrarse en la simbiosis imagen-voz es prácticamente
inabordable. Un espectáculo para cualquier persona ávida de Arte. Lisa Gerrard,
absolutamente, se transforma en el elemento principal de toda la concepción de
la historia. Llegamos a intuir, incluso, una semejanza curiosa, un hecho
inquietante en cuanto a la muerte y la vida: la chiquillería asciende por la
ladera de la montaña hacia el elefante como si la vida acudiera a la muerte,
como si la muerte y la famosa escena de ‘’El séptimo sello’’, de Igmar Bergman,
asomara de pronto en pantalla chocando con la vitalidad de los pequeños y
pequeñas o certificando la pesimista visión del final de la vida al separarse
la madre de los hijos, que de la mano por la ladera ascienden y se alejan y se
mueren, expulsados del ‘’Paraíso’’. Asombroso.
LA TIERRA: sobre una nota
mantenida de las cuerdas graves, Lisa entona el cántico de la desgracia; la voz
en off narra más y más elementos terrestres, animales, sucesos, vemos las
hienas, recordamos los sueños. La raza ha sido desterrada o el Hombre ha
muerto. No hay un elemento más absoluto que la compositora y su influyente voz.
DIOS: el humano y el elefante
danzan bajo el agua; Cristo y Dios mismo se fusionan. Escuchamos nuevamente el
duduk y nuestra explicación de la fusión entre el instrumento y la simbología
divina del animal nos certifican lo dicho. La bestia, tranquila, paciente y
hermosa, juguetea sin apenas moverse junto al Hombre, al lado de la Mujer. La
etérea atmósfera de la historia brota por todos lados. El amor, la vida, la
muerte, la lejanía, los sueños, la cosmología… incluso la sexualidad prohibida
(especialmente llamativa resulta la danza de las dos mujeres bajo el elefante y
entre la manada, siempre acariciadas por la melodía y el timbre enigmático del
duduk, como si Dios mismo besara ruborizado la piel de las dos hermosas
bailarinas).
Concluyendo, composición de muy
variados artistas entre los que sobresale, sin duda alguna, Lisa Gerrard.
Unidad completa y sin fisuras, el sonido del duduk como comando primero a
seguir y un resultado final a la altura de grandes obras de arte del cine.
Imprescindible.
PUNTUACIÓN: 10
Antonio Miranda. Octubre 2016.
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