9,5 sobre 10
THE GOOD, THE BAD AND THE UGLY (1966).
Ennio Morricone.
Primera media hora introductoria
apoteósica que establece una simetría perfecta juntando las tres entregas de la
‘’Trilogía del dólar’’ mediante una estructura similar a la de la primera parte
(‘’Por un puñado de dólares’’), impartiendo una clase magistral de cómo
‘’bombardear’’ al espectador con multitud de detalles compositivos que reflejan
la no menos fastuosa comitiva de sucesos y que,
a su vez, se encuentran arropados por el tema central (ejemplo de
composición mítica en la historia de la música), cuidadosamente presentado
desde unas primeras apariciones sobrias hasta una final, la conclusión de la
introducción (que coincide con el cartel de presentación de ‘’El bueno’’), que
supone el clímax del tema con todo el ‘’equipo’’ de sonidos (que hasta ahora se
han utilizado) prestos a un único motivo: el principal. Maravillosa introducción,
realmente complicada de percibir en un entorno tan masificado y una duración de
media hora.
El carácter puntualmente
bufonesco de las partituras de las tres entregas toma su cuerpo entero en la
tercera; los instrumentos, sonidos y empleo de ellos que oferta Morricone
deliran de una forma tan estrambótica como artística y nos encontramos con su
mayor ejemplo y tímido (pero firme)
exponente tras los exquisitos minutos que la partitura desarrolla en el
desierto, ‘’El Bueno’’ siendo castigado por ‘’El Feo’’ tras su periplo de idas
y venidas y encuentros e insistencias:
la composición toma su vertiente pausada e intrigante, pocas veces empleada
pero con una fuerza muy estable. Tras los minutos de silencio en los que ‘’El
Feo’’ descubre la caravana y su sorpresa al encontrar a ‘’El Bueno’’ al pie de
los cadáveres tras conocer el nombre clave que les conduciría al botín, el
compositor hiere, dispara y mata de forma cómica con el tema principal ‘’puro y
duro’’. Una situación cómica y delirante para los personajes y los
espectadores, al tiempo, que la partitura se encarga de entronar admirablemente
dejándose ver en su lado más burlesco. Realmente, una de las secuencias de la
trilogía con más intención. Un primer tercio exquisito y que concluye con uno
de los pocos empleos en las tres entregas de temas sentimentales (en ‘’La
muerte tenía un precio’’ el referido al coronel), esta vez de profundo sentido
y largo uso y que supondrá la antesala a la magna obra en ‘’Hasta que llegó su
hora’’ (y, temporalmente, a lo que está por llegar en la presente entrega). No
obstante, zona intermedia del filme que, si bien roza la hermosura siempre
patente en este tipo de piezas de Ennio Morricone, golpea negativamente la
dureza y rugosidad de un largometraje excesivo y que pierde, por el traslado de
ambientes y su tratamiento de los ejércitos (desviando notablemente hacia una
impersonalidad nada necesaria), una figura firme y bien delineada.
La escena posterior a estas
secuencias lentas es musicalmente extasiante al tiempo que, sin duda, nada
pomposa y sí con una composición a base de capas de sonidos directos y
aparentemente sencillos (percusiones). ¿Por qué nos causa tal sensación
positiva? Muy sencillo: vuelve la barbarie original, la que nunca debió
marcharse y, curiosamente, la que bebe de la partitura más experimental y
propia de la trilogía (y que, intencionadamente, vuelve a perderse a favor de
la progresiva disminución de esta característica en toda la partitura e
historia). Cómo en un filme la imagen perjudica a la composición es algo
palpable en nuestro caso. La llegada e inserción en el conjunto no ha sido
progresiva sino abusiva y su salida, igualmente, repentina como si de la
secuencia en la que los dos bandidos despiertan sin estar ya, de pronto, el
batallón junto a ellos. Un tipo de parche algo vacío que perjudica notablemente
el resultado final. La enervación de sensaciones al volver los bandidos a sus
duelos, sus búsquedas y sus disparos es, en este momento, esplendorosa gracias
a este contraste de atmósferas (‘’¿Quieres morir solo, Tuco?’’; ¡no te pierdas
estos diez segundos inigualables! La maestría de Morricone resumida en un
instante, las cuerdas graves ‘’hablando’’ por primera vez entonando las tres
notas que siguen a las cinco primeras del tema principal y el inicio, tras dos
segundos de pausa, de las guitarras. Espectacular. Momento, quizá máximo, de
las tres entregas; no obstante, aparentemente sin importancia).
Llega la escena del cementerio.
El conglomerado de matices que en este instante se juntan, yéndonos al ámbito
secuencia o al de la música (con el gran tema compuesto por Morricone: ‘’El
éxtasis del oro’’) es valiosísimo; desde un canto a la libertad hasta el
abatimiento existencial; desde el cuadro religioso hasta el más absoluto de los
desenfrenos homosexuales cuando nos damos cuenta, atónitos, cómo la voz
femenina de la soprano acompaña la llegada de un bandido rudo y áspero
mientras, por otro lado, su corretear perdido podría semejarse a cualquier
atributo menos con el de un clásico y machista hombre de pistola; desde el
arrebato de locura de la huella de un objeto volante no identificado que
extiende su dominio ante los hombres (el círculo interior y las tumbas
circundantes) hasta la muerte misma. El poder de esta secuencia, ya globalmente
tratada, con música e imagen juntas, es de un valor cinematográficamente
incalculable. Además, todo el matiz pastoso que el fragmento de los ejércitos
provocaba en el espectador, no demasiado bien encajado en el total, pasa ahora
a ser ligeramente suavizado por la escena y, sobre todo, por este cambio
musical que, apuntalado con el tema principal de cuando en cuando, supone un
entramado de partitura para nada abrupto y sí progresivo que nos hace
comprender y aceptar todo lo pausado anterior con algo más de cordura.
Un final a la altura del inicio y
una banda sonora, en definitiva, sobresaliente que pudo ser perfecta de no
haber resultado poco conjuntada la parte de la lucha entre los ejércitos; no
obstante, imprescindible y con un motivo principal de los mejores de la historia
del cine, fabricado en base a las dos entregas anteriores.
PUNTUACIÓN: 9,5
Antonio Miranda. Octubre 2016.
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