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RAN (1985).
TORU TAKEMITSU.
La partitura para ‘’Ran’’ necesita pocas
intervenciones y sutiles aplicaciones, durante la primera media hora, para dar
a conocer una influencia notabilísima en la producción del gran Akira Kurosawa.
Sus apariciones, en estos treinta primeros y pausados minutos, se limitan a
segundos y no en más de cinco breves instantes. Pero, sin duda, la culminación
a tan potentísima figura artística surge repentina cuando dos personajes, hasta
ahora presentes en gran parte del minutaje, se unen irremediablemente gracias a
Takemitsu: escena con un dramatismo latente extraordinario (y que nos lo enseña
drásticamente como elemento fundamental en el total de la obra), supone la
salvación del ‘’bufón de la corte’’ por parte del patriarca del clan, Hidetora
Ichimonji. La secuencia es terrorífica, directa y golpeada experimental y
drásticamente por un Takemitsu radical y sencillo, ‘’pariendo’’ así un
triángulo de gran significado artístico en toda la película: la música se forma
en ‘’Ran’’ como la vital evolución de los sentimientos interiores y filosóficos
del anciano Hidetora mientras, completando el tercer vértice (la partitura e
Ichimonji son los primeros), el ‘’bufón’’ se convertirá en la conciencia vital
exterior de su jefe. Magnífica secuencia en la que, sin llamar la atención, una
de las claves de la obra queda viva; una interrelación en escasos segundos de
las tres partes comentadas que evolucionará, a partir de entonces, de forma
compacta y directa.
La composición medida, en ‘’Ran’’, se
mantiene en la mayoría de intermedios entre escenas para dotar al conjunto de
la historia de un sabor dramático muy fuerte y nada fastuoso. Repetimos:
medido, calculado y personal. Otro gran ejemplo de todo lo dicho lo encontramos
cuando el anciano Hidetora es rechazado por el segundo de sus hijos, en el
segundo de los castillos. El dramatismo es intenso: la partitura únicamente
hace presencia cuando la secuencia termina y los sentimientos del antiguo jefe
crecen y, al tiempo, sucumben ante todo lo ocurrido. La shakuachi japonesa de
Takemitsu (tantas veces usada ya en la música de cine occidental) grita al
calor del sol abrasador como lo hacen, derrotados, los instintos del anciano
señor. La música, poco a poco, va adjuntando su dolor y su rabia, la desdicha o
la ira siempre, en toda circunstancia, al personaje del anciano Ichimonji,
detalle que queda fijado firmemente en el instante más elevado de la partitura.
Veámoslo.
Takemitsu rompe de un modo absoluto la
linealidad de la música y su planteamiento experimental, hasta ahora. Llega la
secuencia de la primera batalla y, del todo inmersos en la mitad del metraje,
el sinfonismo se acerca a la pantalla.
Kurosawa plantea las primeras muertes en masa de una forma magistral y, sin
dudarlo, otorga a la música el papel trascendental de la secuencia, reflejo del
sentir abrumador del anciano al ver cómo su gente muere. Takemitsu no narra la
imagen, ni los disparos ni las idas y venidas de la sangre. El dramatismo que
vemos es lo de menos (ni el mismo director se centra en las imágenes): la
angustia vital de Hidetora sale al exterior por medio de unas cuerdas de la
orquesta potentes y ‘’vitalmente sangrientas’’. Es la aparición del tema
principal, por vez primera, a la hora y cuarto de aventura: interesante y
extraño; sorprendente e inteligente. Tanta sorpresa musical no es sino la señal
del cambio: ha llegado la muerte. La muerte no son las balas ni las lanzas, la
sangre o los guerreros; la muerte es la música.
¿Pueden suponer los abundantes minutos sin
partitura, a partir de ahora, una dificultad en el sentido de ésta o, como se
ha apuntado en ocasiones, tildarla de aislada y secundaria? En absoluto. El
significado que va adquiriendo la aplicación y el juego de la música en la
historia es importantísimo y siempre, como hemos venido indicando, asociada a
la vitalidad, la tristeza, el sentir o el devenir de la figura del anciano que
ahora, en la parte central y acercándose el final, mantiene una postura
equilibrada dentro de su angustia y locura, sin producirse evolución o
alteración en su estado (de ahí la perspicacia de compositor y director para
detener bruscamente la composición).
El final de la obra supone el regreso intenso
de Takemitsu. Su vuelta se centra en dos aspectos, por un lado la dura
percusión con la que siempre anunció las batallas (nunca narradas mediante
música activa, lo que nos da la prueba del tipo de filme profundo que es
‘’Ran’’) y por otro el lado del anciano, sufriendo las últimas calamidades y su
muerte final: la melodía gira hacia un lado dramáticamente tierno y resignado.
La composición actúa prudente, nunca estridente, como lo va siendo el desenlace
de Hidetora Ichimonji, agotado por la vida.
Concluyendo, obra experimental descriptiva
que acude al sinfonismo dramático en dos únicos momentos cruciales de la
historia y la envuelve, toda ella, de un halo dramático elegante y fortísimo,
finalizando con una secuencia magistral que Takemitsu engalana con su expresiva
y tensa flauta shakuachi, motivo que invita a la reflexión profunda en una
película para la historia.
Antonio Miranda. Abril 2016.
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