HANS ZIMMER
& BENJAMIN WALLFISCH
Una
vez más, Hans Zimmer cae.
El
análisis reposado es la vía más precisa
para degustar y concluir, finalmente, las obras de arte. Esto mismo
hemos de hacer para llegar a la resolución más precisa sobre la partitura para
‘Blade Runner 2049’ e, igualmente, fue lo que con seguridad llevó al drástico
Jóhann Jóhannsson a cumplir su vertiente artística sin modificarla, hacia la
composición de Vangelis, para la película de 1982. Por esta razón, por no dejar
su batuta en manos de la música del genio griego, el director optó por declinar
la propuesta del músico y contratar los rápidos servicios de Hans Zimmer.
¿Quién acierta, Jóhannsson yéndose con su firmeza bajo el brazo o Zimmer
aceptando condiciones?
El
compositor alemán no termina de despegar a lo largo ya de muchos años atrás.
Entre muchas obras de corte medio y bajo parece renacer con una digna de su
pasado (‘Interstellar’) o asomar ligeramente al arte interesante, pero sin
presenciarse como él bien sabe hacer. La reciente ’Dunkirk’ y, ahora, ‘Blade
Runner 2049’ son el ejemplo más claro. La primera ya quedó explicada en su
correspondiente artículo en Bsospirit. La presente, actualmente en pantalla,
nos resulta, reposado su estudio, otra especie de ‘quiero y no puedo’ o, peor
sería, ‘puedo y no quiero’.
El
ámbito más pleno, y en el que la partitura sobresale sin duda, es la aplicación
práctica a la imagen. El inicio del filme, musicalmente hablando, es
potentísimo (‘2049’) y de un planteamiento sencillo y fuerte. Al contrario que
en ‘Dunkirk’ (donde el comienzo es de una equivocación absoluta, perdiendo la
posibilidad de haberlo hecho de un mérito único por culpa de la música omnipresente
desde el primer segundo), el director tiene claro lo que quiere y cómo lo
quiere y el compositor lo ejecuta a la perfección, saliendo esta vez del
histrionismo musical que algunas veces, el genio alemán, provoca con tanto
sonido sintetizado. Esta vez, no obstante, consigue una potencia desbordante
que, llevada a la práctica mediante notas muy largas de pads, advierte,
acompaña y describe el ambiente de la época de forma notable.
La
euforia del espectáculo visual de la historia resulta sobresaliente. El filme
avanza y pierde; la música se mantiene. Los fragmentos más activos (la mayoría
de las veces medidos y en los segundos de máxima expresión cercanos a
fragmentos simplificados de ‘El caballero oscuro’) realmente aparecen poco en
el global de la partitura. Zimmer opta por seguir la línea que Vangelis fabricó
e, incluso en momentos de movimiento, sus notas se limitan a la durabilidad y
el recuerdo. La música en la película ofrece una impresión distinta a la
escucha aislada: en ésta pierde el dinamismo de la imagen y el argumento. La
euforia que provoca en pantalla queda golpeada cuando comprobamos que el
trabajo compositivo es, por momentos, algo limitado, y queda muy pendiente el
lado metafórico, abstracto, que Vangelis sí originó. Sin duda, composición por
debajo de la de ‘Blade Runner’.
El
riesgo de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch es notable al incorporar de nuevo
motivos ligeramente experimentales y sonidos industriales que alejan sus
últimos trabajos de lo melódico y comercial. Es algo de agradecer; no obstante,
unas veces por errores de aplicación y otras por falta de composición, sus
últimos trabajos quedan algo por debajo de lo que podrían haber sido. Pese a
esto, la melodía hace presencia firme un par o tres de veces, bien compactada y
con una energía arrolladora y una expresión sobresaliente que provocan
auténticos momentos de euforia. En el visionado, en el instante de la vivencia,
sí pareciere ser suficiente el sentimiento experimentado para otorgar una gran
valoración a la obra; no obstante (como hemos indicado al inicio), el reposado
análisis del global nos deja bastante fríos, ve con seguridad insuficiente el
momento de éxtasis y relega a la partitura hasta, simplemente, la
aceptabilidad.
El
estudio detallado posterior, la escucha aislada y el recuerdo del filme que
progresivamente se va diluyendo en aguas turbias, perdiendo muchísima fuerza de
la que, en principio, pudiera aparentar, hieren de consideración a una música
que lo intenta, que procura mantenerse firme en pro de las imágenes, que lo
consigue pero que, curiosamente, incluso en las formas de ritmos sintetizados,
tan en principio atractivos, se derrite sin opción. Esperamos con ansia tal vez
desmedida y mala (un servidor, sin duda), la llegada de la obra que devuelva a
Hans Zimmer donde siempre debe estar: con los más grandes.
Antonio Miranda. Octubre 2017
Antonio Miranda. Octubre 2017
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