LES 400 COUPS (1959).
JEAN CONSTANTIN.
Música costumbrista,
‘’cosmopolitamente’’ rural, que acompaña con desarrollos de notas cortas, al
tratarse de personajes infantiles, las desventuras y pensamientos profundos de
un joven rechazado por una sociedad que se manifiesta drásticamente contraria a
él. En ‘’Los 400 golpes’’, un debutante Francois Truffaut otorga confianza
plena al compositor y cantante (y poco cercano al mundo del cine) Jean
Constantin que compone una partitura dinámica (como el filme), sencilla (como
el filme) y con una, al tiempo, gran firmeza (como en el filme) que poco a poco
va conformando una estructura muy estable e importante en la historia.
Encontramos en la composición
unos detalles muy estudiados (el giro en el tono de la música cuando el pequeño
Antoine Doinel descubre las infidelidades de su madre o inicia pensamientos
inquietos, los sonidos tipo ‘’glockenspiel’’, siempre modulados, para reflejar
los sueños del pequeño…) y una evolución continua, equilibrada y notable comenzando
desde la presentación del tema principal, que encontraremos variado en
bastantes secuencias de la primera parte, hasta terminar en un último tercio
soberbio en el que la música se llena de matices y grandeza, siempre sencilla.
El tema principal de la obra
tiene una característica peculiar, imperceptible, inteligente y asombrosamente
asociada al niño protagonista y que, con su única presencia en el filme, eleva
a éste y a la misma composición a niveles sobresalientes: la transposición
musical de notas que Constantin aplica a la melodía (cambio de registro hacia
una escala superior) no es sino el sentido de inquietud y evolución en la vida
del chaval que, pese a sus constantes problemas, mantiene siempre una actitud
positiva y vitalista hacia un crecimiento personal y resistencia a lo
convencional. Magnífico.
El último tercio de metraje nos
guarda la mejor disposición de la partitura y la demostración de su variedad de
registros y calidad y habilidad compositiva del autor. Nos referimos a los
minutos que abarcan la escena del robo de la máquina de escribir. Un alarde de
fotografía urbana de aquellos años abrigada por un tema dinámico magnífico (que
combina desde ritmos latinos hasta un jazz de gran calidad técnica), ligeros toques de piano atonales y el acompañamiento
de toda la orquesta, por vez primera, al instante en el que Antoine llora
dentro del furgón de la policía. Una intensidad dramática absoluta que da pie a
un final hermoso y tranquilo.
En definitiva, filme
sobresaliente con una composición que, sin ser nada fácil conseguir alzar a la
propia obra global, lo hace sin alardes extraños ni pomposidades musicales. Una
partitura humilde al tiempo que espectacular.
Antonio Miranda. Noviembre 2016.
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