Cinta de ciencia ficción
experimental, un alarde de imaginación y contenida filosofía que nos hará vivir
una experiencia extraordinaria, eso sí, si el espectador se mantiene con una
disposición hacia el cine de autor más crudo. Obra póstuma basada en la novela del mismo nombre del escritor Olaf Stapledon.
Nos encontramos ante una historia
de visión futurista anclada voluntariamente hacia el pasado, que representa
nuestro presente. Incluso podemos descubrir, sorprendentemente, cómo el autor
se plantea, en boca de la protagonista, un posible exterminio de la sociedad
actual por algún virus maligno…
Jóhann Jóhannsson falleció antes
de finalizar la producción de la historia, pero dirigió las bases fundamentales
y compuso la partitura en su concepto amplio. Una música como era él, como
planteaba él, como fabricaba él: propia, original, rompedora y representando,
sin duda, el futuro de la música de cine con un poder sobre el resto de
compositores modernos realmente extremo.
La obra que nos ocupa contiene un
sinfín de idas y venidas, asignaciones, metáforas, imágenes lineales que
reflejan el fluir continuo de la historia de la humanidad. Imágenes lineales
quebradas por lindes bruscos, fuertes, como los riesgos que sufre la sociedad
futura de la voz en off que nos habla, que quiere comunicarse con el pasado,
con nosotros, y que forma quizá la parte más confusa del propio pensamiento
actual, sin figurar realmente ningún concepto al que la protagonista se
refiere.
El tratamiento de los paisajes y
de las figuras (los monumentos llamados
Escena de Elliot y ET por primera vez volando en bicicleta
Película comercial donde las haya y, no por eso, menos interesante. El paso de los años enriquece su visionado, embelesa con su partitura y asombra con un final desorbitadamente sentimental.
La secuencia a estudio es el paradigma de cómo un compositor excede en calidad, estructura, sensaciones...en todo, a cualquier otro. John Williams ha sido de los pocos músicos capaces de musicar una escena, conseguir un clímax de sensaciones en ella gracias al clímax musical y, a los pocos segundos, lograr un segundo momento de las mismas o superiores características que llega a dejar perplejo a cualquier melómano empedernido o estudioso del séptimo arte.
El primer instante al que hacemos referencia es cuando niño y extraterrestre emprenden el vuelo en bici, algo tan sorprendente y espectacular que, con el fragmento álgido de la partitura, el espectador ya ha colmado sus expectativas sentimentales, llenas de asombro, del momento.
Sin nosotros ser conscientes de ello, Williams nos conduce como si de vehículos a su merced fuéramos tal y como ET dirige a Elliot y la bici. La escena nos devuelve a la ilusión y a la prudencia al tiempo, a la calma tras el despegue, al tránsito hermoso incluso por la famosa