9 sobre 10
EL
FARO DE LAS ORCAS
PASCAL
GAIGNE
La
ductilidad de Pascal Gaigne en todas sus obras es realmente admirable. Nos
encontramos ante una composición cuidadísima, de gran estructura y estudio por
parte del músico, como suele acostumbrarnos, dentro de una película con crítica
algo tibia en nuestro país y una respuesta de público casi ausente pero que,
como nos comentó Pascal, ‘’le encantan las cosas delicadas, sensibles, humanas
y generosas que llegan al corazón y El Faro de las Orcas lo es’’. La habilidad
artística de su inicio es notabilísima guardando detalles, en consonancia con
el director, que al estudioso llegan a conmover de manera innegable: la fuerza
del tema principal, que Gaigne emplea por vez
primera cuando el protagonista se acerca al mar y se encuentra con la bestia
marina, es de tal magnitud que su belleza pareciere iniciar la partitura en ese
preciso instante (en palabras del autor: ‘’es el primer tema que compuse al ver
el montaje, casi al instante’’). Su hermosura melódica no se inyecta en el
espectador de manera gratuita o por sí sola, Pascal ha presentado su música inteligentemente
bajo patrones de notas neutras en clara espera ante la llegada luminosa del
motivo principal. Las notas de éste brotan en una secuencia múltiple que se
inicia con la figura del hombre, pasa por la mirada melancólica de la mujer y
terminan en el momento natural comentado con el animal. Una estructura formal
en la que la música une, ata literalmente, las tres vidas que nos vamos a
encontrar en el filme, todas ellas sentimentales, una de ellas por no poder adentrarse
en el mar, otra (la del niño) frenada en su deseo de contactar con el hombre y
su mundo y una tercera, la madre, angustiada por no curar a su hijo. Tres
‘’no’’ que Gaigne enfatiza hacia el ámbito del romanticismo vital.
Extraordinario inicio.
Los
detalles compositivos y de aplicación de la obra aparecen de manera constante.
La trasposición de figuras en la música de cine, orientado esto hacia lo que el
espectador percibe, es fundamental: la orquesta (sin ningún adorno sintetizado,
libre, natural como el agua del mar que baña a las orcas y en clara
representación de su global como espejo de la Naturaleza que en el filme brota
por todos lados, tanto la humana como la marina, tanto la sentimental como la
vida misma…) inicia un ritmo medio activo significando la llegada del ataque de
las bestias a los leones marinos. La base que emplea el artista
con los violines es uno de los apoyos mostrados ya en fragmentos anteriores; no
obstante, la pieza elabora la percepción y el sentimiento del niño autista, en
absoluto refleja la violenta situación natural entre los animales y sí la
angustia interior del pequeño cuyo mundo propio se ve zarandeado por una
situación exterior. Fijémonos aquí en el contraste entre esta pieza y el resto
cuando nos referimos a los ambientes de la historia y, sobre todo, al del niño:
la música se mueve tranquila y pausada siempre alrededor de una nota mantenida
que Gaigne no cambia durante, incluso, minutos en algunos de los temas (así es
la vida de los protagonistas, lineal, melancólica e invariable en conjunto;
proyectada vida hacia un futuro incierto).
La
historia avanza con su banda sonora en pleno trabajo. No es fácil encontrar,
hoy día, compositores que, basando su obra en la imagen, no sucumban al pozo
profundo que supone la parte central de la obra en la que, irremediablemente,
la mayor parte de las veces la composición frena, decrece o no aporta nada.
Gaigne sorprende y siempre desde el lado sutil, prudente y elegante de la
música: el primer encuentro del niño con la orca, donde muestra su alegría
moviendo los dedos de sus manos, en absoluto es tratado de forma excesiva y
sentimental. Muy fácil habría sido tocar las emociones del espectador aplicando
la belleza del tema principal en los instantes concretos del contacto; no
obstante, ‘’Primer contacto’’ se establece en el detalle comentado de la nota
mantenida de fondo y sugiere ese primer encuentro pero con una cautela tan
exquisita como la que se ha de tener con un niño autista y su evolución.
Magnífico ejemplo de seriedad a la hora de ‘’musicar’’ una escena tentadora.
Gaigne
emplea sonidos y estructuras del folclore argentino (de hecho, en el filme
suena y está presente el gran Astor Piazzolla), lugar donde se desarrolla la
historia. El bandoneón está milimétricamente insertado en una intención
sencilla y práctica. El tono lineal (como ya hemos apuntado) y repetitivo de
ciertos esquemas es un estudio más de la obra en su vertiente de aplicación que
algunos confunden con la repetición sin más. Evidentemente nos encontramos
delante de la fabricación de una idea existencial del niño cuya vida, cuyos
actos y cuya vitalidad no son, precisamente, activos, de ahí el matiz lento,
minimalista en estructura y cauto de una composición ejemplar que necesita de
un estudio detallado y atento para no caer en triviales críticas a un trabajo
muy notable.
La
parte final introduce ligeras variaciones. La evolución de la historia avanza,
la situación de los protagonistas va cambiando (siempre de forma sutil) y los
temas, que mantienen el tono intimista siempre, son detallados con estos
matices. Un desenlace medido, mirado y hermoso y la
parte última del filme y de la edición en cd que hacen la delicia romántica de
cualquier seguidor del autor, de la música de cine y de las condiciones
elevadas de una obra. La ligera variación introducida en la melodía principal
mediante la presencia arrolladoramente delicada del cello es el colofón
drástico al cambio que se genera en el niño. Fijémonos qué delicia de matiz
para reflejar una situación potente y de gran fuerza e importancia en la
historia y que termina por otorgar a la música de Pascal Gaigne la situación
absoluta de unos sentimientos infantiles y adultos que se entrelazan y juntan
formando el conglomerado global que la partitura ata. Maravillosa obra.
Antonio Miranda. Octubre 2017.
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