3.5 sobre 10
BU-SAN-HAENG. 2016.
JANG YOUNG-GYU.
Partitura que quiere y no puede. Composición desequilibrada por todos lados, desde su insuficiente aplicación a la pantalla hasta su combinación en la propia y pura partitura. Intento que se golpea bruscamente contra la intención del director y que supone uno de los ejemplos más claros de cómo no componer para cine: curiosa situación, al término del filme, en la que, estupefacto, uno puede experimentar la salida de la sala o la visualización de los créditos finales escuchándose un tema original, variante de las partes de acción, que más bien pareciera querer hundir la atmósfera de terror de la historia y en la que, por más que se busque, nunca encontraremos una mínima referencia musical que te haga sentir, pensar o imaginar alguna secuencia vista. Decepcionante.
Jang Young-gyu compone, sí, pero descompone al mismo tiempo el conjunto que, si un verdadero cineasta musical se hubiera encargado de la obra, habría conseguido una calidad bastante superior a la que la película finalmente posee. El desajuste es máximo, desorbitadamente reflejado en el batiburrillo formado con el empleo inadecuado de sonidos sintetizados con orquestales, un piano muy flojo y simple y una percusión que, durante algún instante, llega a parecer fusionarse con el sonido de cualquier teléfono móvil escuchándose de pronto en la sala.
En definitiva, obra que, salvando los minutos finales más íntimos, supone una de las peores bandas sonoras del año, de los últimos tiempos y ejemplo de cómo no debe aplicarse la música en una historia del séptimo arte.
PUNTUACIÓN: 3.5
Antonio Miranda. 2017.
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