BSO- HIGH RISE- Clint Mansell.


8 sobre 10


HIGH RISE (2016).
CLINT MANSELL.

El tono exquisitamente revuelto y las composiciones multicapa que infinidad de veces plantea Mansell (afortunadamente siempre lejos del cine comercial, cuya música no sigue el autor en absoluto, ni por práctica ni por afición) son una delicia perfecta para una distopía, cualquier locura o figuraciones y situaciones sin descanso en un entramado de conflicto y constante interés (cercanas a las que el gran John Carpenter da vida y cuyo estilo musical, en un principio, pululó como posible orientación en la partitura de Mansell, gran seguidor suyo desde siempre). El compositor, cual director sin resistencia alguna, efectúa un inicio de historia a la altura de pocos músicos hoy día, capaz de dar relieve y límites donde él quiere y con una variedad de piezas, en los primeros diecisiete minutos, abrumadora. La llegada del protagonista a los fastuosos jardines de la zona alta del rascacielos nos inca, prácticamente de rodillas, ante la forma de argumentar de Mansell durante una secuencia que, precedida por minutos y minutos ya de partitura, entra en escena perceptible y poderosa, siempre musicalmente hablando. El contraste que el músico efectúa entre clases sociales (bien reflejado en el filme, precisamente en esta secuencia con un plano fotográfico espectacular de la zona superior de los jardines con la inferior de fondo) va a ser una de las notas más llamativas de la composición, extraña y logradamente acoplada en un conjunto que, pese a su variedad de registros, consigue un equilibrio muy notable.
La desigualdad de las clases sociales es uno de los puntos importantes de la historia. El comienzo y el cierre, escuchándose el Concierto de Brandemburgo nº 4 de J.S. Bach, la secuencia de la fiesta de la clase más alta (oyéndose la versión orquestal clásica de Mansell del tema de Abba ‘’S.O.S.’’), introduciendo el ritmo de batería cuando el protagonista, como clase inferior, es repudiado, y el tono clásico del inicio del tema principal van a configurar un cuerpo compacto que sentencia drásticamente a la sociedad pudiente como elemento bien fijado de este inicio (Ben Wheatley, el director, dibujó sus escenas escuchando y aplicando siempre la música de Bach como índice de la superioridad supuesta de la clase alta).


La mitad de la obra nos guarda una secuencia extraordinaria, tanto por su estética y su sentido como por su musicalización: ninguna. Mansell actúa con inteligencia y junto con el director deciden plantar a mitad de metraje una escena con fuerza e impresión y calarla con el sonido del vacío. De lo contrario, la partitura habría resultado (simplemente con este detalle) empalagosamente presente.
En una distopía absoluta, ingente y vertical, la música guarda una estructura similar a la disposición social, con aparición de temas constantes y variados, dando una sensación de movimiento sin tregua. Dentro de este concepto social, la partitura se dispone como, finalmente, el elemento más sólido, firme e inquebrantable. ¿Por qué? La asociación es simple, pero no fácil de apreciar: el sonido de silbido sintetizado brota de la composición en varias ocasiones. Fascinante cómo podemos atribuirle una figura fina y alargada, como lo es el edificio, al tiempo que la multitud de capas que Mansell dispone en la forma final de la música semeja el bloque tremendo y gigante, pero igualmente lo único firme, que es el rascacielos. Su estructura (que es la música) sirve de guarida y cobijo a una sociedad putrefacta que se corrompe alegremente cada vez más. Ejemplo de la narración y la proyección de la composición, que bien podría trasladarse a cualquier otro debido al equilibrio asombroso de toda la obra, surge de las locuras internas de los humanos del edificio cuando el dueño del proyecto, representativo de la más alta escala social, busca a su mujer, oculta entre el resto de embrollos y asombrosos sucesos de los demás vecinos: ‘’Danger in the streets of the sky’’, más de seis minutos de auténtica delicia compositiva, iniciada con una constante sutil en toda la obra, las delicadas notas atonales, en este caso de los vientos.


La versión e interpretación de ‘’S.O.S’’, de Abba, por parte de Partishead resulta espectacular en el global del filme. Su aparición, tras la escena soberbia en la que Richard Wilder enloquece junto a su radio-cassette y fuerza a la chica que vive en el piso 26, Charlotte Melville (toda ella sin música), es ejemplar y cómo un tema no original puede empastarse adecuadamente a una globalidad musical, lejos de los pastiches repugnantes de la mayoría de los casos en el cine de hoy día. Versión extraordinaria con un sentido muy cercano al Carpenter compositor, sin duda paradigma de escalofriantes escenas como las que en ese instante se pueden ver en pantalla. Punto álgido de la obra y, a esto debido, revelador de la gran inteligencia de Mansell al no figurar en absoluto en una cima compartida.
Magnífica síntesis final del total y una forma de finalizar que mezcla atonalidad con melodía, vientos de trompas con capas de cuerdas al más puro estilo de terror y la conclusión de una historia distópica que otorga a la partitura una cara fácil de formar; no obstante, fácil para la mente privilegiada de Clint Mansell. Composición muy recomendable para un filme que no deberías dejar pasar.

Antonio Miranda. Mayo 2016.



2 comentarios:

  1. Hola, no he podido ver la película ni, por ende, disfrutar de la banda sonora que tan exquisitamente reseñas aquí (me pondré a ello, sin duda), pero aprovecho para preguntarte si alguna vez has pensado o te gustaría escribir sobre la música de Punch-Drunk Love, que me parece curiosa y de la que me gustaría leer algo tuyo.

    Saludos.

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    1. Hola, Sanctus; sin duda, lo haré. Queda apuntada. Tengo una última gran sensación con la música de Greenwood en la película del mismo director, Thomas Anderson, para ''Puro vicio'', la cual tengo reseñada en END TITLES y que me pareción una de las mejores composiciones de su mismo año. Saludos y gracias por participar en el blog!

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