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BEN-HUR (1959)
MIKLÓS RÓZSA
Nos
encontramos ante una de las obras maestras
de la historia de la música de cine. Su complejidad, composición
sobresaliente, equilibrio máximo durante toda la obra y una serenidad como
nunca se han dado nos otorgan el placer de contemplar una auténtica obra de
arte. El inicio ya es arrollador, mas la enérgica postura que pudiera intuirse
en su aparición se transforma en la sutileza de unos temas hermosísimos y la
primera escena realmente intensa en contenido: Judá Ben-Hur aparece por vez
primera, regresando junto a su amigo Mesala, tribuno militar. La narración que
Rózsa ejecuta durante toda esta escena, desde el lanzamiento de las lanzas (dos
instantes idénticos inmediatos en el tiempo musicados de forma espectacular)
hasta el anuncio de su relación futura, con cambios de registros ligados entre
sí de manera única. Escena temprana pero, sin lugar a dudas, el ejemplo claro
de cómo la partitura del compositor va mucho, mucho más allá de la inigualable
belleza de sus fragmentos. Ésta, en término lírico, brota repentina tras la
estructura inicial comentada, apareciendo la joven Esther en la vida de
Ben-Hur. Cómo el artista presenta este tema y la variación que hace en la
secuencia inmediatamente posterior al anuncio de su próxima boda son motivos
únicos y referentes en el romanticismo del cine. La simbiosis que Rózsa
consigue, junto a la fotografía e iluminaciones de las escenas, y la proyección
que nos refleja del pensamiento de Judá al ver a la joven, es un global
concepto que nunca podría ser objeto de duda en cualquier estudio. Los detalles
que aparecen, las narraciones que presenciamos y los apoyos a los fragmentos
del filme van adquiriendo una presencia y ‘’voracidad’’ artística solamente
logrados por un genio.
Fundamental
en la partitura de ‘’Ben-Hur’’ es el contraste: la disparidad de circunstancias
y coyunturas que ‘’navegan’’ sin descanso por el mar eterno y gigante que
resulta la aventura. Adaptada la música de forma inteligente a todo lo que va
ocurriendo, Rózsa toca y ocupa la perfección de un dinamismo en todo momento
controlado y que nos hace disfrutar, ahora, de la brillantez y luminosidad
filosófica del tema de la primera aparición de Cristo, ayudando al ya condenado
Judá, y, de inmediato, de la opacidad tétrica del tema de las galeras. Este
contraste continuo es mantenido bajo una estructura de equilibrio, nivel y
practicidad que nunca enferma. Nada fácil de conseguir. Se cumple el primer
tercio de metraje. El segundo se inicia con una sucesión de secuencias
igualmente fascinantes; Rózsa mantiene la tensión al ritmo medio de los remeros
de las galeras. Se aproxima la lucha, mas el compositor continúa el tempo
marcado mientras la batalla se produce entre las naves. Sólo cuando los
luchadores abordan a los enemigos, la partitura gira bruscamente y se inicia la
acción narrativa, explosión inteligente tras la inquietud que la música
inyectaba con su lenta y pesada presencia. Los detalles crecen y nunca dejan de
sorprender.
La
parte central de ‘’Ben-Hur’’ sirve para interesantes modificaciones de temas ya
empleados y la evidencia de la trascendencia de la partitura en una película que
nunca debe entenderse desde el recurrente lado de la aventura: el tema de amor
de la obra, que ya sonó en presencia de los enamorados, vuelve a escucharse
durante el diálogo de despedida de Judá y su ‘’paternal’’ cónsul romano, señal
del matiz evocador, sentimental y romántico del momento y de la pieza musical;
igualmente, cuando Judá Ben-Hur disfruta de su libertad y se encuentra con
Baltasar de Alejandría, el motivo referente a Cristo brota como acariciando una
sensación delicada de divinidad vital asombrosa, al tiempo que intercala
sutiles referencias a otros instantes ya del pasado y poco más adelante, cuando
vuelve a su casa y recuerda junto a Esther su amor, el tema asociado con él da
paso a un ejemplar ejercicio de apoyo narrativo inigualable, paradigma de la
función más exquisita, aunque en segundo plano (por detrás de los maravillosos
temas principales), de la partitura completa para ‘’Ben-Hur’’: la descripción
de situaciones llega a tan alto nivel que el compositor la transmuta en una
auténtica narración de esos momentos, algo al alcance de muy pocos músicos en
la historia del cine.
La
secuencia que inicia el último tercio de historia, aquélla en la que Esther se
encuentra con la madre y la hermana leprosas de Judá, supone uno de los hitos
en la historia del cine. Musicalmente hablando, y comenzada instantes antes
cuando son visitadas por los romanos en las mazmorras, no existe pega alguna a
la maestría de Rózsa durante estos siete minutos majestuosos en los que,
enlazado todo en una sola pieza, el compositor se adueña drásticamente del
guión y maneja a su antojo unas expresiones, sentimientos y situaciones que
cambian cada momento y que, igualmente, ata mediante la aparición de varios
temas principales ya escuchados. Asombroso y de un estudio obligado, minucioso
y admirado hacia un músico irrepetible. Momentos gloriosos en la música de cine
que sirven de antesala a una parte final que de inmediato se agarra a los
magníficos temas de las fanfarrias que abrigan la famosa secuencia de las
cuadrigas.
El
desenlace mantiene la línea anterior. La expresividad forma el núcleo más
fuerte de unos minutos en los que Rózsa culminará firmemente su obra, subiendo
el nivel ya alcanzado, si cabe, en la secuencia en la que Judá busca a su
hermana en el valle de los leprosos y la marcha de Cristo llevando la cruz. En
la primera, una dualidad magistral con las cuerdas agudas reflejando la ilusión
del hermano y los graves la oscuridad del mundo en el que vive la hermana; en
la segunda, un tempo similar al de las galeras, ralentizando la escucha hasta
semejar espadas mismas que atravesaran nuestro corazón, dan el paso final a los
coros gloriosos por la muerte de Jesucristo cuya música, durante toda la obra,
es el ejemplo mejor conseguido de cómo una partitura nos da a conocer,
describir y narrar un hecho o figura latente en el cine, como ha sido la del
Maestro durante las más de tres horas de metraje en las que su rostro jamás se
vio, dibujándose a cada momento por esos tersos violines del artista.
En
definitiva, obra maestra de la música para el séptimo arte, ejemplo de componer
lo latente de una película y de cómo expresar al máximo nivel todo tipo de
sentimiento y variaciones de éste. Imprescindible.
Antonio Miranda. Marzo 2016.
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