JULIETA (2016)
ALBERTO
IGLESIAS.
Nos
encontramos ante una obra mayúscula, entre las mejores del compositor y ejemplo
de cómo una partitura puede controlar, a su antojo, los vaivenes sentimentales
de manera absoluta y dejando muy atrás cualquier otro aspecto que pudiera
influir en ellos. Nunca un director consigue una impresión pura de su contenido
a no ser que la música no fluya. Más aún, cuando el binomio director-músico
está tan consolidado como el presente y Almodóvar confía de manera total en
Iglesias, éste tiene la libertad de caminar por dónde él quiera, precise y
desee y con la que, con total seguridad,
saldrá victorioso. Éste es el caso de ‘’Julieta’’, una composición con tres
sectores que lo llenan todo: los vientos (trompeta sorda y flauta), la
percusión jazzística y las cuerdas percutidas. Tres aplicaciones tan potentes
que, solas, podrían argumentar la historia completa y que, por momentos, llegan
a fusionarse admirablemente.
En
‘’Julieta’’, Alberto Iglesias desprende una calidad narrativa inigualable. Con
un sonido herrmanniano muy transformado a su propio estilo sin que nunca lo lleguemos
a tildar de similitud sino, sin duda, de cercanía,
Iglesias cuenta una atmósfera oscura al tiempo que tranquila y transforma unas
imágenes no demasiado lóbregas en auténtica sensación de eclipse artístico.
En
conclusión, partitura que se sitúa en la cima de las más grandes del artista y,
con merecimiento, debería ser una de las candidatas a los mejores premios del
año. Serena, meditada e inteligente: sobresaliente trabajo.
A TENER EN CUENTA: la templanza y serenidad con la que un artista es capaz de abordar una
obra completa con su música, paciente y, al tiempo, devastadora.
Antonio Miranda. Diciembre 2016.
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