Absoluta
destreza compositiva de Clint Mansell en una obra que categorizaría de maestra.
‘’Más
allá de la obertura, es más bien poco lo que nos ofrece este trabajo’’. Estas
palabras, que leí al no mucho tiempo de escuchar la música de Mansell, marcaron
profundamente mis conclusiones tras detenidas escuchas. Inquieta cómo el oído
humano, generalmente, no trabaja y se dedica cómodamente a percibir
sensaciones. Esta banda sonora lo es, es transmisora de ellas, y no
precisamente de bajo calibre.Estúdiala
y viaja con tus percepciones al interior del maravilloso entramado compositivo
que origina el autor: pequeñas y delicadas percusiones, muy rítmicas, que nos
acercan a la decadencia progresiva y bien definida de los protagonistas;
sutiles líneas con doble orquestación, pero siempre dedicada al minimalismo
electrónico, y no precisamente una electrónica actual, llena de efectos y
sensacionales matices, sino sencilla, directa y retro.
Clint Mansell se aleja inteligentemente, por
otra parte, de la electrotecnia sutil y enloquecida únicamente para ofrecernos
el tema principal, lleno de fuerza y presencia, con el que consigue guiar
absolutamente la acción. Vayámonos a los extremos de la interpretación mental y
veremos que Mansell, a mi juicio, supera al propio Darren Aronofsky
(seguramente por deseo de este último). El camino y la sensibilidad que
consigue el compositor son máximos en el complejo y extenso tema final (que
realmente ha ido presentando durante todo el metraje). La orquesta de cuerdas,
en contraposición al sistema electrónico, crece y vence y mata; son ellas, son
los violines los que con su perdurable presencia van a derivar la demencia
electrónica y vital de los personajes hacia un elemento común en ellos y el
resto de los humanos: la muerte. Los personajes mueren por unirse, mueren por
amar, mueren por vivir y es Clint Mansell quien anuncia, desde sus inicios, el
final que les espera al introducir durante toda la película el tema orquestal.
Entrelazados por todos lados: el sufrimiento, la vida y la relación social de
las personas.
Y un último
tercio de la obra absolutamente devastador que nos obliga a ni siquiera
respirar mientras se escucha, a degustar admirablemente cómo las notas
chirriantes y afiladas de sus cuerdas, aderezadas con matices entre clásicos y
robóticos, atraviesan ferozmente nuestra prosaica representación, únicamente
dejando entender a los privilegiados del estudio dónde se dirigen y por quién
son acompañadas (ellas son la muerte, escoltadas por los sonidos electrónicos,
que representan la vida delirante de los protagonistas). Una música compuesta
para desvarío del placer; una escena final (que se inicia con la aplicación de
los métodos alternativos de la señora Goldfarb y abarca el final de cada
personaje) a la que Mansell crucifica despiadadamente hasta encumbrar su música
por encima de la imagen. Sorprendente. El inicio de las descargas sobre Sara
Goldfarb supone esa barrera impuesta por Mansell en la que, estudiada la
música, el oyente (espectador) entrará en el sentido de su composición. Hasta
ese momento, su partitura es, desde el inicio del método alternativo y el
comienzo de las secuencias finales de los personajes, uniforme y monótona; los
instrumentos caminan a ritmo aeróbico uno junto a otro, como lo hacen las vidas
de ellos…una junto a otra en la imagen (solitarias en la realidad), hasta que
se produce la descarga sobre la pobre y vieja mujer (el inicio del fin) y el
compositor, audaz, directo y certero nos atraviesa el entendimiento musical con
la incorporación oxidada de las cuerdas ‘’electrónicas’’. Se inicia entonces ese
fin, que se superpone, como melodía principal, al resto de ‘’aeróbicos
instrumentos’’ que estaban sonando. Se inicia, al final del filme, el comienzo
de la comprensión de la música en la película.
En conclusión,
obra de difícil escucha, dura y obsesiva que disfrutará el oyente o espectador
que no ponga límites a nada y que degustará aquel amante del arte complejo y
trabajado.
ESCÚCHALA SI...: admiras las obras maestras de la música de cine.
NO LA ESCUCHES SI...: no soportas la genialidad en locuras musicales y quieres tranquilidad.
Decepcionante composición. Desplat, grande y muy suyo, único, cuyas piezas las escuchas e identificas al instante, se dedica, extrañamente, a dotar a su obra de tintes incomprensibles, sencillos e imitaciones de un estilo de música aventurera a ratos, aburrida a otros; los Medal of Honor de Giacchino aparecen por todas partes, la exquisita composición de Michael para los videojuegos es imitada por el genio francés de manera sorprendente. Referencias a los Newman, John Williams, incluso al Enemy at the gates o The Rocketeer de James Horner.
Alexandre Desplat opta por dotar a la obra de unidad temática, con variaciones sobre un par o tres de temas melódicos simples. La cohesión como estilo definido queda olvidada. Aparecen apuntes y matices que ninguna relación guardan.
En conclusión, y sorprendiéndome por las buenas referencias que parten desde la crítica, me atrevería a no recomendar esta triste banda sonora de uno de los genios actuales de la música de cine.
ESCÚCHALA SI...: no tienes nada mejor que hacer y no conoces la música de Michael Giacchino.
NO LA ESCUCHES SI...: esperas algo interesante o tienes a mano Medal of Honor.
LLEGARÁ A SER UN CLÁSICO...: únicamente de los peores scores para cine de Desplat.
OTRAS OBRAS RECOMENDADAS DEL AUTOR: ''La Vénus a la fourrure''
Me soprendió el comentario de alguien tildando a Desplat de aburrido; pensé, entonces, si esa persona no sería el ejemplo de la comodidad auditiva.
Obra grande, extremadamente cuidada, en la que la composición de cámara abunda prácticamente en toda ella; una pieza exquisita y de detalles compositivos; un vals en toda regla que marca el contrapunto de drama y comedia burlesca; una danza macabra cuyos detalles habría firmado, sin duda, el mismísimo Saint- Saëns o incluso pequeñas referencias al famoso ''Bolero'' de Ravel.
(Trailer oficial con la música compuesta por Desplat para la película)
Desplat, admirablemente, entremezcla ternura con malicia (que no maldad) musical; toques exóticos y tradicionales con los ritmos más propios y una pieza, formada por el atronador poder del piano, que podría, personalmente, incluir dentro de los temas más auténticos y descriptivos que he oído jamás y que podríamos colocar, tal vez cayendo en una grave falta de criterio (pero para tentar a quien no haya escuchado esta música), en ambientes herrmanianos. No obstante, aquel que se lanzase a calificar mi osadía como tal recibiría, por mi parte, el siguiente argumento: nada más lejos está Desplat de ser incapaz de dotar a este fragmento de absoluta personalidad e identidad, y ya no como música en sí, sino como música desplatiana en todas sus facetas. El piano, descendiendo tal como si fuera una lenta agonía, una pausada repetición del sufrir, extasía a cualquier oyente de tal forma que nadie percibe la simplicidad mítica con la que este artista engendra la maestría. Escúchalo, no pierdas esta elegante y atractiva oportunidad de sentir el hipnotismo desplatiano.
El compositor francés nos hechiza constantemente, el uso del pizzicato, aderezado firme pero sutilmente con harpas y toques de bajo, arreglado todo aquí y allá por matices que van contestando y replicando y adornando conversaciones musicales, es toda una delicia, y nada de forma exagerada, rápida o estrambótica, todo lo contrario, la sutileza con la que el músico francés nos deleita es tan grande que su audición fuera del filme dota a la composición de una absoluta independencia que, en ningún momento, decae en forma y sentido.
ESCÚCHALA SI...: sigues los pasos de Desplat y admiras el trabajo cuidado.
NO LA ESCUCHES SI...: consideras al compositor como un artista aburrido y eres amigo del oído vago.
LLEGARÁ A SER UN CLÁSICO: contituye un ligero giro en la obra del compositor y parte del score resulta magistral. Una obra menor de Desplat que, personalmente, encumbraría a la zona alta de sus trabajos.