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ONCE UPON A TIME IN THE WEST (1968).
ENNIO MORRICONE.
La
expresividad musical en el western ha mantenido un altísimo nivel a lo largo de
la historia. No es de otra forma el caso que nos ocupa y, menos aún, hablando
de Ennio Morricone. Gran primera escena e interesante detalle en los créditos
iniciales (ambos se funden en una sola idea), que suelen ser ejemplo del contenido
básico de la partitura de cualquier película. Créditos e inicio, si compositor
y director aúnan esfuerzo en pro de la calidad artística, llegan a resultar la
síntesis y concepto esenciales de la música trabajada para ese filme.
Silencio
absoluto y expresiones faciales idénticas en todos los personajes y durante
toda la primera escena, incluso cuando llega el cuarto hombre y baja del tren,
desencadenando los disparos. A continuación, de nuevo silencio absoluto,
únicamente quebrado por los efectos sonoros. Me extiendo en esta primera
secuencia ya que la composición, como idea, resulta fundamental: ¿seríamos
capaces de, habiendo visto las imágenes, volver a pasar la cinta desde el
inicio escuchando únicamente el sonido y reconocer al instante la secuencia
exacta de tensión? He aquí la clave: la angustia. Existe este breve momento
musical durante la larga primera escena, pero hábilmente es el compositor quien
la saca a la luz; ni gestos (o sí, pero impávidos), ni lenguajes, ni efectos.
La música aparece por primera vez, desde el comienzo, dura menos de un minuto
(precedida de la pequeña pieza para armónica del personaje) y desaparece.
Súbitamente después: el sonido constante del movimiento del antiguo molino, que
se escucha desde el principio y que refleja esa quietud, turbada por la música
de pronto. Sin darnos cuenta, en escasos segundos, Morricone ha acaparado el
absoluto dominio de una larga e inicial escena. Genial.
El
transcurrir de la primera mitad de la historia es similar a lo explicado. El
compositor se limita admirablemente a narrar los acontecimientos cruciales muy
puntualmente y de forma rápida, aunque con inteligencia. Son temas cortos en
comparación con la duración del metraje, muy cortos. En la primera media hora,
tres: la escena indicada, la matanza de la familia y la llegada de la mujer. En
todas ellas sucede una curiosidad artística exquisita: Sergio Leone (el
director) muestra lo que acontece; inmediatamente ocurrida la secuencia de
acción, o a punto de suceder (nunca dentro de ella), el compositor aparece y es
él mismo quien describe de una forma tan estéticamente genial que su función
descriptiva se transforma inmediatamente en narradora de la historia. Pocas
veces, en la música para cine, el artista consigue llevar a otra dimensión la
que en principio pareciera lógica. Morricone, sin duda, lo hace. Es más, los
tres momentos mencionados son, hasta ahora, presentados por temas distintos e
identificativos, eso sí, con una unión de estilo y tipología que se mantendrá
durante todo el trabajo.
Detengámonos
en la secuencia de Jill McBain, la dama que llega en el tren, personaje
crucial. La escena es de una belleza musical abrumadora, un ejemplo inigualable
de cómo la música narra y no describe, de cómo la partitura del genio italiano
es capaz de acompañar una imagen recordando otra (lo hace evocando la tragedia
que inmediatamente antes acababa de suceder y que espera a la mujer sin ella
saberlo). El cuadro musical, imprescindible, se divide en cuatro partes: la
llegada de Jill a la estación (la música se inicia cuando la dama percibe el
abandono), la marcha de la señora hasta los encargados del tren (es la
aparición de la soprano y el reflejo de la muerte; la voz femenina es de una
belleza autoritaria y surge delicada justo cuando los elementos visuales de la
imagen, que en ese instante presenciamos, comienzan a moverse, previa
contemplación de ella y estatismo de todo, incluidos los dos operarios que la
secundan. Un detalle pequeño pero que, en el estudio de una partitura como ésta,
rebosa de un sensacional dominio de la situación), el paso de la estación al
pueblo (en esta ocasión la orquesta sube el nivel y se olvida la muerte; Jill
entra en el pueblo y el tono de la música es ligeramente inquietante, como el
suyo) y la marcha por las calles del lugar (vuelve la voz de la soprano, la
orquesta iguala su nivel de intensidad y la mujer descansa su inquietud al ser
recogida y guiada por los caballos. Ya no está sola). Nos encontramos ante un
tema nada propio de una película del género. El sonido plácido del clavicordio
y la voz delicadamente fascinante de la soprano bien nos podría servir de pieza
operística más que de notas para un western. Pero, evidentemente, aquí no
importa dónde o cómo o cuándo ocurre; interesa qué ocurre y qué se siente. Morricone
manda, dirige, plantea; compone la música antes del rodaje. Esto lo explica
todo.
La
ductilidad del maestro Morricone es asombrosa. La música de ‘’Hasta que llegó
su hora’’ guarda una adaptabilidad a las situaciones y caracteres de los
personajes altísima y consigue aunar cuadros desiguales en uno principal, que
es el sentido global de la partitura. Desde la suavidad del tema de Jill antes
comentado (que descansa en toques dóciles de clavicordio y voz), hasta la
brusquedad y torpeza del que corresponde al bandido Cheyenne (matizado con
toques continuos de guitarra algo rudos), pasando por la armónica (que rasga el
alma herida del hombre sin nombre, como fiel reflejo de su presencia en la
música blues) o el tema de Frank (de corte curiosamente melancólico y con la
orquesta formando un colchón sobre el que suena el oboe, la flauta…). Hasta el
momento, más de cuarenta y cinco minutos de cinta, Morricone trabaja como
pintor artístico de personalidades y rostros, de ojos y miradas y al tiempo,
casi sin pretenderlo, ha narrado cual escritor empedernido, el lento y meditado
transcurrir de la historia. Pero esta orientación seguirá con el paso de los
minutos. La partitura se limita (bendita limitación) a pintar esos cuadros de
caracteres de forma breve y directa y, más aún, enlaza unos con otros (como
pasa en la misma trama) mediante la aplicación del tema de un personaje en la
escena de cualquier otro que se relacione con el primero. Este es el caso de
Frank, de estudiada musicalidad, cuya primera y estelar aparición (en la
matanza de la familia) es interpretada por el maestro italiano con el tema de
la armónica del ‘’hombre sin nombre’’ (el vínculo entre ambos será crucial y el
artista opta por introducirlo mediante las características musicales de su
enemigo; inquietante, al menos y sin duda magistral). Más adelante, el tema
musical propio de Frank, que lo describe con prudencia exquisita, surgirá por
vez primera no con él sino cuando Jill, la mujer, se mira en el espejo.
Importante será la relación entre ambos durante la trama, anunciada ya por
Morricone en la secuencia del espejo. Se ve a Jill pero se percibe también a
Frank.
Prácticamente
la primera aparición de la partitura mediante un tema alejado del entramado de
los descritos pertenecientes a cada personaje se produce en una escena en la
que participan Frank y ‘’Armónica’’, una especie de unión entre ambos
adelantando el desenlace final. Morricone experimenta sin pudor y separa la
impresión causada por el resto de temas anteriores con la del presente, afianzando
más la secuencia y el lazo que une a los dos hombres.
La parte final
es magnífica; no aporta nada nuevo en cuanto a composición, pero sí en lo
referente a intención. Aparecen los temas de Cheyenne y Jill y el desenlace se
convierte, precedido del acontecimiento esperado (el duelo final, narrado por
el tema de ‘’Armónica’’ en todo su esplendor, que ahora sí ya llegamos a
comprender gracias a la historia), en un drama absoluto con tintes
verdaderamente tragicómicos. Morricone finaliza de forma asombrosa y directa el
argumento y, más allá, los personajes. El tema de Jill enlaza ahora el recuerdo
de Frank, la marcha (poderoso romanticismo) de ‘’Armónica’’ y la muerte de su
amigo, cuyo tema, por su parte, sorprende escuchar en sus momentos finales de
vida. Nada, ni el sufrimiento, cambia su carácter, fijado por la melodía, que
cerrará la composición en los créditos finales. El tema de Jill sonaba intenso
al llegar la dama al pueblo. Ahora es ella quien se encuentra en pleno
esplendor de la creación del suyo propio. Sus notas brotan de nuevo y la
historia cobra una figura ya idealizada por la partitura. Magnífico.
ESCÚCHALA SI...: quieres disfrutar de una obra maestra aplicada a la imagen.
NO LA ESCUCHES SI...: nunca te atrajo el ''western''; puro estilo ''Morricone''.
LLEGARÁ A SER UN CLÁSICO: pese a mantener el tono del maestro, esta obra no ha perdurado por sus melodías como otras lo hicieron aunque, sin duda, resulta una obra de arte referencial.
OTRAS OBRAS RECOMENDADAS DEL AUTOR: ''La cosa'', ''Cinema paradiso''.
PUNTUACIÓN: 10
Antonio Miranda. Septiembre 2014.
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