9 sobre 10
PRINCESS MONONOKE (1997).
JOE HISAISHI.
La partitura del famoso
compositor oriental para ‘’La princesa Mononoke’’ contiene momentos de altísima
calidad artística y narrativa y una expresividad pocas veces presente en toda
su carrera.
Resulta
muy arriesgado tildar esta composición de simplemente cumplidora. El respeto y
seguimiento que se ha ganado con los años, entre los seguidores, es notable. No
creo que sea motivo de su calidad artística en pantalla, algo compleja por
momentos, y sí, más bien, de su carácter
comercial, melódico y de fácil escucha. Predominan los fragmentos orquestales y
sinfónicos de estructuras sencillas, escasean los complejos (Hisaishi nunca lo
ha sido) y sorprenden los del último instante de la historia, extrañamente
modificado su sistema simple para adentrarse en otro con ligeros toques
electrónicos que parten la unidad sinfónica de toda la composición pero la
mantienen en un nivel elevado cuando la escuchamos con las imágenes. En mi
opinión, buena creación para iniciarse en la música de cine mediante escucha
aislada y de cuerpo aparentemente sencillo pero, al tiempo, compleja aplicación
en pantalla, para aficionados exigentes. Vayamos, no obstante, al lado en el
que la partitura se agarra fielmente a la imagen.
Impactantes
son aquellos filmes cuyo inicio absorbe toda la atención del espectador.
Atractivamente arrolladores pasan a resultar los que tienen al compositor como
protagonista. Es el caso. El comienzo de la película no puede ser más poderoso
y brillante. Tatarigami, Dios de la ira y el odio transformado, aparece en los
alrededores del poblado. El tema que Hisaishi aplica al monstruo es
espectacular y de una violencia inusitada en el compositor. Precedido por una
breve introducción en la que suena el tema principal de la película, en mi
opinión sencillo pero efectista y segundo elemento musical más interesante de
la partitura (tras el que ahora tratamos), la orquesta ejecuta enérgicamente (y
con una exquisita narración de la llegada del bicho) el tema comentado y que va
a ser, sin duda alguna, el clímax de la composición como pieza aislada e,
igualmente, conjunta a la historia, aplicándose durante toda ella al mundo más
oscuro de los que se presentan. Sin lugar a dudas, una parte a no olvidar. Este
inicio está estructurado partiendo de la secuencia de la fiera, elemento
simbólico clave de lo que empieza a suceder. Ha sido como degustar un suculento
manjar (la secuencia de la bestia y su tema musical) y, seguidamente,
condimentar el resto de la comida con pequeños matices, todos ellos
descriptivos y soñadores, reflejo del viaje del príncipe y, más aún, adornos
secundarios para no hacer sombra al espectacular tema y singular idea del
Tatarigami y sus melodías.
La
historia va tomando poco a poco, a medida que su parte central avanza, la forma
de una fantástica metáfora dual a la que podríamos aplicar multitud de
interpretaciones modernas. La más directa nos habla de la relación
naturaleza-Hombre; la civilización frente a la tierra (incluso la sociedad y el
individuo). Pronto nos percatamos de la función esencial y extraña de la música
en el argumento. Hisaishi mantiene, en este tramo del metraje, una tarea meramente
descriptiva y de apoyo, con la inclusión casi imperceptible del tema de la
bestia durante un ‘’flash-back’’ (es decir, realmente no forma parte de los
acontecimientos presentes). Atención: se asocia ahora la música delicada y
hermosa a toda esta parte en la que aparecen humanos; la partitura violenta y
activa acompaña a las bestias. Realmente, el compositor y su director no ligan
partitura e imagen tal como las presenciamos sino que efectúan una genial
transposición de funciones y, cuando vemos humanos y escuchamos dulzura,
estamos viendo civilización (algo negativo) y pensando en la inofensiva y pura
función de la naturaleza (los animales); cuando vemos bestias y suena la
orquesta furiosa y con ímpetu estamos viendo, ciertamente, naturaleza y
pensando (mediante la música) la violencia que el ser humano genera para
destruirla (ejemplo claro de secuencia magistral al respecto es cuando el
jabalí jefe, Okkoto, herido, se dirige a la charca del Espíritu del Bosque.
Suena el Hisaishi contundente y fuerte, pero no describe o narra el caminar de
los animales. Lo hace con la amenaza de los humanos, que pronto aparecen en
pantalla disfrazados de jabalí). Una acción artística de valor altísimo y la
muestra más clara de la complejidad oculta de esta partitura aplicada a la
pantalla.
Los
acontecimientos avanzan… tediosamente (he leído en varios sitios). Esto me cautiva
y estudio todo con mayor interés. La princesa Mononoke (adoptada por una
familia de lobos y que aparece por vez primera envuelta en un halo de dulzura
musical contrastando con su figura sangrienta y formando una de las escenas más
interesantes, musicalmente hablando, del filme) y el príncipe Ashitaka han
llegado a unir su presencia en el metraje. La primera, inmersa en salvar el
bosque (su mundo) y el segundo, que huyó de su tierra herido por el monstruo en
busca de cura, obsesionado en mantener la paz. Ellos resultan ser el vínculo de
lazo entre los dos mundos; naturaleza y humanos luchan pero ambos ya viven lo
que ocurre, para bien o para mal, conociéndose. Es ahora cuando la partitura
más idealista y hermosa de Hisaishi sí refleja lo que se ve. La unión de hombre
y mujer supone dos sucesos que podríamos enmarcar en el ámbito de lo
individual, que queda descrito por las notas lentas y suaves de la música,
ahora sí señalando lo que se ve (repito). Se juntan los dos mundos (humanos y
naturaleza) en uno solo y, al tiempo, evidenciando el hecho más potente que
apaga cualquier fuego, el amor. Sólo al estar juntos en pantalla hombre y mujer
es cuando la música los engrandece y nos dicta lo que vemos, no lo que pensamos
(únicamente en estos momentos desaparece la genial transposición de funciones
comentada, lo latente y lo patente en la música de cine). Podemos comprobarlo
en la bellísima secuencia (dividida en dos partes, interrumpida por la
aparición del Espíritu del Bosque) en la que el príncipe es rescatado por la
princesa y, tumbado sobre la hierba al lado del agua, permanecen los dos juntos
y solos mientras él se recupera. Tras la importancia vital de la escena inicial
comentada, a mi entender nos encontramos ante el segundo gran momento de la
historia. Bellísimo y profundo. La unión de ambos (reforzada por la música) en
el amor; dos humanos que representan mundos distintos y opuestos que están en
lucha y que, en sus figuras, unen casi sin entenderlo.
Los
esfuerzos de príncipe y princesa llevan a la historia al desenlace.
Acontecimientos que se entrelazan y terminan por llevar a los distintos grupos
de personajes, cada uno empujado por su propio objetivo, hasta el lago donde
habita el Espíritu del Bosque. La obra llega a su término. La partitura, ahora,
adquiere la forma agresiva y violenta que sonaba cuando aparecían los animales,
proyectando en verdad, como hemos dicho, la maldad de los humanos. En esta
parte final, ambos mundos se unen y luchan. La música narra las inquietudes últimas, los
sentimientos de unos y otros por lograr sus fines y el de los dos muchachos por
salvarlo todo, suceso que les llevaría a su unión. El pulso narrativo que
director (con la historia) y músico (con la partitura) mantienen con lo que
vemos es de una altísima calidad. El dominio de multitud de circunstancias,
narradas y descritas, indistintamente, es continuo y ahora la banda sonora,
tras la unión de los mundos mediante las notas más feroces (la secuencia del
jabalí jefe transformado en demonio es deliciosamente sádica) se mueve por todo
tipo de intensidades, motivos y matices. El Universo interactúa todo en uno: la
partitura funciona como un todo aplicado al conjunto. La transposición ha
terminado y ya sólo nos quedan dos detalles, los matices electrónicos que
describirán la extraña forma del Espíritu y, por fin, la aparición del piano,
tantas veces asociado a la imagen de la mujer en Hisaishi pero que, ahora, se
lanza directo a concluir un final de hermosura y esperanza.
En conclusión,
Joe Hisaishi crea para ‘’La princesa Mononoke’’ una obra de gran nivel que es
necesario estudiarla con intensidad y dedicación para llegar a comprender su
compleja aplicación a la historia a la que se refiere. Sin lugar a dudas, una
referencia de la música de cine de aventuras, acción y sinfonismo.
ESCÚCHALA SI...: no quieres perderte uno de los clásicos de la música de cine y, al tiempo que de fácil audición, complejidad máxima en su estructura en pantalla.
NO LA ESCUCHES SI...: no eres demasiado seguidor de melodías directas y sencillas a la escucha y sí de la tecnología aplicada a las partituras para cine.
LLEGARÁ A SER UN CLÁSICO: lo es.
OTRAS OBRAS RECOMENDADAS DEL AUTOR: ''El viaje de Chihiro''. ''Porco Rosso''.
PUNTUACIÓN: 9
Antonio Miranda. Diciembre 2015.
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