10 sobre 10
REBECCA
(1940)
FRANZ
WAXMAN
¿Por
qué Rebeca no pudiera ser, indudablemente y tras multitud de reseñas y
opiniones que no se acercan a mi propuesta y sí a la de la figura de Rebeca
como principal horizonte en todo, una oda romántica al amor puro, tierno,
vital, sencillo y humano de la joven segunda señor de Winter? Así lo propongo,
no en exclusiva y sí con una unión innata al sentimiento de igual calibre que
se genera con la figura de Rebeca hasta su desenlace, una imagen que, al tiempo
que inquietante, también lo es abrumadoramente romántica. Y la música,
aplastantemente, es el motivo.
Media
hora transcurre hasta que Franz Waxman se atribuye una de las pocas veces en
las que una composición, en la historia del cine, logra elevar lo conseguido
hasta el momento tras haber pretendido previamente, y logrado, esta misma
sensación de grandeza. Es asombroso y casi único detalle en el que podríamos
basar la presentación de la historia y la música a la par; no obstante, después
de no haber descansado ni treinta segundos seguidos con el silencio como base
de las escenas, el resultado de la llegada del nuevo matrimonio a su residencia
y aparición de la mansión en pantalla, asociada a la impresión de la chica, resulta
asombrosa, el punto de inflexión a la vez que nexo, ya complicado este aspecto,
de la composición completa.
El
desarrollo de toda la obra es como una compleja integral matemática, con un
inicio ya difícil y una expansión de redes complejísima y sobresaliente. El uso
del sintetizador ‘Novachord’ (contemporáneo del ‘Theremin’), fantasmagórico
como la difunta, resultaría incómodo, extraño entre tan magna obra clásica pero
se emplea como nexo de unión representando la intriga y, al tiempo, el
clasicismo de Rebeca, la difunta esposa del señor. Un uso del instrumento que
abrumadoramente deriva en la escena de la sirvienta y la nueva mujer cuando
descubre la habitación de Rebeca, 10 minutos de una auténtica maravilla
narrativo-descritiva de música, imagen e interpretación.
En
definitiva, un trabajo de los orígenes en los que la música se comenzaba a
componer para la imagen en exclusiva y un compositor que por casualidad llegó
al sitio que tendría que haber ocupado el reconocido Max Steiner (con su ‘Lo
que el viento se llevó’) dieron lugar a una partitura compleja, dinámica,
romántica, exuberante, matemática…¿qué más?
Antonio Miranda
Marzo 2020
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