9 sobre 10
‘’Ha
ocurrido algo…; desgraciadamente, el acontecimiento devastador que imaginé es
realidad; alguien ha muerto’’.
Tantas
otras perversidades o desgracias podríamos imaginar escuchando esta barbarie
dramática; cualquier pensamiento hostil y pesimista quedaría aplastado por la
fuerza y el poder que Wojciech Kilar dio, en 1992, a esta composición absoluta,
un dramatismo romántico que necesita ser escudriñado y estudiado y disfrutar de
él.
‘’Mi vida, en
el mejor de los casos, es miseria’’. Un inicio ligeramente caótico y poco
creíble al espectador es rescatado por esta gran sentencia del Conde, el gran
prólogo literario y la música del compositor, que anuncia ya, desde el albor y
con su magnífica marcha trágica, la figura apoteósica del protagonista. Estos
comienzos titubeantes de la película quedan enmarcados por dicho prólogo y la
escena de la fiesta de la alta sociedad a la que pertenece la novia deseada por
el Conde. Ambos momentos son tratados por Kilar de forma brillante, el primero
dejando claro lo que pretende y hasta dónde llega con la partitura y el segundo,
sutil, ensoñador y lírico. Me detendré brevemente en él (es fácil percibir los
matices y querencias del compositor en el resto de la película ya que resultan
tan poderosos y directos que esto les hace visibles rápidamente); magnífico, toque
maestro, una genialidad pensada dentro del lirismo y el barroco del filme y
cuya mayor estampa artística y filosófica, personalmente, encuentro en esta
escena (la de la fiesta). Manejada por el artista y su música, queriendo el
director filmar esas imágenes al tiempo que dijera: ‘’vedlas, he ahí el
farsante mundo real, poneos a su nivel y sed mortales, pero no conseguiréis
nada haciéndolo; escuchad la música y sólo pensad en el verdadero mundo al que
ella os lleva’’. Ese mundo es el que
Kilar refleja componiendo una música nada acorde con la imagen de esos minutos,
una escena genialmente configurada por director y compositor en la que la
música no refleja, en absoluto, lo que se ve, y sí lo que hay más allá: Drácula
(cuyo semblante devastador aparece al final de la escena). Drácula no es un
ser, ni un rostro ni un misterio; la composición para esta parte del metraje
alcanzará el éxtasis incluyéndola de forma casi imposible, a ritmo distinto que
el resto de notas, cuando Lucy, amiga de la novia deseada por el Conde, es
vampirizada; Kilar empasta magistralmente la música creando tres bloques que
suenan al tiempo y al tiempo describen distintas cosas: la orquesta y los coros
(idea filosófica del amor y la muerte), las trompas, con golpes secos y
fuertes, trepidantes (Drácula) y la melodía usada en la escena de la fiesta (a
ritmo desigual y reflejando cómo la idea de vida, aparecida en aquella fiesta, es ahora conducida hasta la idea de muerte).
Drácula lo es,
es muerte, delirio, romanticismo clásico y una concepción mortal de la vida.
Kilar lo concibe memorablemente, golpeando y haciéndolo sin tapujos ni adornos
extra-musicales que difuminen su poder como dador de muerte a través de la
música. Es excepcional: a la media hora de metraje y tras describir y narrar
como nadie la escena de las vampiresas tentando al huésped, Wojciech Kilar deja
concebida la partitura y marca su eterna presencia en la música de cine con
solamente tres escenas principales: el prólogo, la escena de la fiesta y esta
última nombrada. Asombroso. Y aún estaba por llegar la romántica composición de
los encuentros entre la novia y el Conde en los que llega a rozar los
tranquilos ambientes herrmanianos, únicos en la música del séptimo arte (con
este tema de amor se ejemplifica la sobresaliente capacidad narrativa del músico
polaco; la escena en la que novia y Conde recuerdan y empiezan a desearse,
incluso acariciarse, es inmediatamente seguida por el intento de huida del
castillo del prometido de aquella. Ambas escenas son enlazadas hábilmente por
el mismo tema musical, sin interrupciones, que se inicia en la primera y
concluye en la segunda).
(Wojciech Kilar)
El último
tercio de la película mantiene el ritmo narrativo de la obra pero, ante todo,
basado en imágenes y argumento. La música va desapareciendo hasta llegar al
fragmento más pobre de la composición: la persecución y llegada al castillo.
Kilar describe de forma poco elaborada estos momentos y baja el umbral maestro
de toda su obra de manera sorprendente.
En conclusión,
un Requiem moderno como composición musical. Aquí tenemos un ejemplo, a mi
entender, concebido para el arte del cine de manera inigualable e incrementado
como obra absoluta, aislada y maestra escuchada fuera de la pantalla y
asociando su idea como reflejo del carácter monstruoso, mortífero y romántico
de Drácula.
ESCÚCHALA SI...: eres amante de las obras maestras de la música asignadas a un sentimiento o concepto cinematográfico absoluto.
NO LA ESCUCHES SI...: buscas entretenimiento o música comercial.
LLEGARÁ A SER UN CLÁSICO: lo es. La obra de Kilar unida al concepto de Drácula es, sin suda, una noción máxima referida a la música para imagen.
OTRAS OBRAS RECOMENDADAS DEL AUTOR: ''The Pianist'', ''Marynia''.
PUNTUACIÓN: 9
Antonio Miranda. Abril 2014.
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