LA VIDA DE OHARU- Kenji Mizoguchi

                                               


10 sobre 10


La vida de Oharu

Título original: Saikaku ichidai onna

Año: 1952

Nacionalidad: Japón

Director: Kenji Mizoguchi

Intérpretes: Kinuyo Tanaka, Tsukie Matsuura, Ichirô Sugai, Toshirô Mifune, Toshiaki Konoe

Música: Ichirô Saitô


Sinopsis: Ambientada en el Japón del siglo XVII, narra la dura vida de Oharu, desde su acomodada posición como joven cortesana hasta acabar viéndose como prostituta a la que nadie quiere contratar por su avanzada edad.


Pocas filmografías en la historia del cine rebosan tanta sabiduría y retratan de forma tan honda y conmovedora el trágico periplo vital como la de Kenji Mizoguchi, sin ningún género de dudas uno de los tres grandes maestros del cine japonés de todos los tiempos junto con Yasujiro Ozu y Akira Kurosawa. Y un buen ejemplo de ello es la obra que nos ocupa, que relata la progresiva caída en desgracia de la protagonista a partir de una privilegiada posición social hasta llegar a la situación más mísera, a causa de las injusticias y rigideces sociales imperantes en el Japón feudal y tras sucederse diferentes capítulos en los que es víctima de los peores atributos de la condición humana como el abuso, la codicia, la envidia o la lujuria. Oharu, mujer sacrificada que se enfrenta con resignación a la adversidad del destino, es el prototipo de antiheroína del cine de su autor, donde el retrato de un sufrido universo femenino es en muchas ocasiones tema principal. No hay que olvidar que hasta la época en que se realizó esta película, recién concluida la Segunda Guerra Mundial, no empezaron a desaparecer de la sociedad japonesa las situaciones de discriminación de la mujer que se habían mantenido durante siglos, y el genial director siempre se vio marcado por episodios de esa índole que vio sufrir a las mujeres de su familia.

Como no podía ser de otra forma, el inconfundible estilo fílmico del cineasta está presente. Si el de Ozu se basaba en los planos fijos de corta duración y ausencia total de movimientos de cámara, convirtiendo el montaje en elemento crucial para construir la sintaxis narrativa, el de Mizoguchi está basado en largos planos secuencia, que dotan a su lenguaje de una elegante sobriedad para relatar hechos trágicos y lo alejan de caer en el melodrama. Así, citaremos varios ejemplos como la escena en que Oharu, tras ser desterrada junto a sus padres, camina con éstos hacia su nuevo destino conducidos por los agentes de la autoridad. Un exquisito travelling lateral los acompaña desde una distancia prudencial hasta llegar a un puente que supone el límite de la ciudad, y a partir de ahí la cámara se detiene, dejando a los protagonistas seguir solos su camino y dejando un plano fijo en que el puente se interpone cruzado entre ellos y el punto de vista subjetivo, simbolizando así la separación entre su afortunada vida anterior y la fatalidad que les deparará el destino. Citaremos también aquella otra escena, poco después, en que comunican a Oharu la ejecución de su amado y la cámara, como queriendo respetar el dolor de los personajes, sigue desde un elevado picado el intento de suicidio abortado por su madre corriendo de un lado a otro de un jardín de cañas de bambú. En lugar de recurrir a mostrar de forma efectista los primeros planos de los rostros en unos momentos de tan alta intensidad dramática, Mizoguchi prefiere la contención y sutilidad propias del referido recurso del plano secuencia. O, por último, la escena final en que la cámara sigue con igual delicadeza a Oharu en su deambular derrotado mientras mendiga casa por casa, hasta que queda fuera de campo dando paso a un bello plano fijo de cierre.

La estructura narrativa también demuestra el interés por el equilibrio dramático del relato, pues éste se inicia en el momento “presente” durante unos minutos, cuando conocemos que Oharu es una prostituta de avanzada edad, para dar inicio entonces a un flashback que abarcará la práctica totalidad del metraje y que nos traslada a una juventud de la protagonista en que vivía de forma acomodada como cortesana imperial, antes de que comenzase su caída en desgracia contada a través de varios episodios de su vida. Con ello, el autor se aparta del fácil crescendo dramático en que podía haber caído tan trágica historia al hacer conocedor desde el principio al espectador del desgraciado destino que se avecina, pero estableciendo al mismo tiempo el comedido tono dramático del relato. Finalmente, en los últimos minutos, el flashback desemboca en la escena inicial del momento presente y se prolonga en un último episodio.

Contribuye también a la redondez del resultado final la música del prolífico Ichirô Saitô, quien trabajó para los más grandes directores nipones de la época. Las melancólicas notas de la música tradicional japonesa, a través, entre otros componentes, del shamisen (instrumento de cuerda) y la hermosa parte vocal, acompañan a Oharu en su desdichado recorrido.

En conclusión, exquisita e imperecedera obra sobre la fatalidad del destino y retrato de la injusticia, desbordante de un sentimiento trágico moldeado por la sobriedad, la elegancia y la brillantez en la ejecución de quien es uno de los grandes maestros de una de las cinematografías más sobresalientes del planeta como es la japonesa.

Puntuación: 10


IGNACIO SANTOS

ENERO 2021


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