10 sobre 10
THE MAN WHO SHOT LIBERTY VALANCE (1962)
CYRIL MOCKRIDGE
Obra
maestra, partitura contenida e impactante en su tramo final con una de las secuencias
cinematográficas musicalmente más conseguidas de toda la historia. Fastuoso
momento, incomparable estructura y una influencia que obliga a difuminar toda
la composición anterior para centrarnos sólo en esta escena, algo
verdaderamente difícil.
La
historia evoluciona y llega la parte comentada. Cómo director y compositor
juntan conocimientos para intelectualizar el momento y evitar precipitaciones
es asombroso: hablan Tom Doniphon (John Wayne) y Ransom Stoddard (James
Stewart) confesándole aquél lo que realmente sucedió en el duelo de éste con el
bandido Liberty Valance. Momento cumbre del filme. ¿Cómo podríamos imaginar que
la música no entrara ahora, en tal circunstancia? La música espera, resulta
como si ella misma fuera testigo de la conversación (¡tal y como Doniphon
lo fue en el duelo final!) y astutamente se insertara a través de los pensamientos y el flash back hasta conseguir tomar de la mano la secuencia del duelo que ambos protagonistas comentan. Tampoco las notas llegan en ese zoom extraordinario del director sobre el rostro de Tom Doniphon. La tensión del momento es tal que viéndolo es imposible desgranar lo que comentamos. Director y compositor sorben las cuerdas de la orquesta, llenan la jeringa con paciencia (cual pistoleros del duelo) y la inyectan brutalmente cuando la secuencia se recuerda en pantalla. El empaste de música e imagen es desorbitado, existe tal nivel en él que jamás seríamos conscientes de que ha comenzado a sonar la partitura cuando quizá la esperábamos segundos antes. Un minuto de auténtica maravilla cinematográfica que hipnóticamente adquiere un nivel imposible de soportar cualquier momento anterior. Una forma de ‘musicar’ la historia que, para más conocimiento, jamás se practicó en la aventura presente. En definitiva, una secuencia histórica en la música de cine.
lo fue en el duelo final!) y astutamente se insertara a través de los pensamientos y el flash back hasta conseguir tomar de la mano la secuencia del duelo que ambos protagonistas comentan. Tampoco las notas llegan en ese zoom extraordinario del director sobre el rostro de Tom Doniphon. La tensión del momento es tal que viéndolo es imposible desgranar lo que comentamos. Director y compositor sorben las cuerdas de la orquesta, llenan la jeringa con paciencia (cual pistoleros del duelo) y la inyectan brutalmente cuando la secuencia se recuerda en pantalla. El empaste de música e imagen es desorbitado, existe tal nivel en él que jamás seríamos conscientes de que ha comenzado a sonar la partitura cuando quizá la esperábamos segundos antes. Un minuto de auténtica maravilla cinematográfica que hipnóticamente adquiere un nivel imposible de soportar cualquier momento anterior. Una forma de ‘musicar’ la historia que, para más conocimiento, jamás se practicó en la aventura presente. En definitiva, una secuencia histórica en la música de cine.
Con
unos títulos de crédito maravillosos, que sólo servirán (hábilmente) para
situar el acontecimiento y dar pie a variaciones en los temas más pausados, la
partitura de Mockridge camina tranquila por todo el filme dejando espacio
amplio a las interpretaciones y únicamente situando la tristeza de la historia
y los sentimientos encontrados entre la mujer y los dos hombres. Con un
instante hábil en el que la partitura ya fija el amor entre ella y Stoddard y,
por otro lado, la música de salón, que
resulta intrascendente para el global (sin que su función se quisiera otra), el
compositor aguarda su momento final y muestra la capacidad de manejo de
situaciones junto a John Ford, el director, sin darle ni una sola nota al
bandido Liberty Balance, algo realmente sorprendente cuando su figura es monumental
y tratada en la aventura de igual manera. Recordemos cómo en ‘Río Bravo’,
Tiomkin traslada el conocimiento del bandido, que nunca aparece en pantalla
hasta los minutos finales, con un movimiento aeróbido de sus notas constante
durante toda la obra. Dos formas, ambas válidas, de tratar un personaje del
mismo calibre.
En
definitiva, trabajo insuperable y un ejemplo a seguir por el trabajo, el
estudio y la calidad que destilan. De las mejores composiciones de toda la
historia.
Antonio Miranda. Agosto 2019
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