PAISAJE EN LA NIEBLA.


Título original: Topio stin omichli
Año: 1988
Nacionalidad: Grecia, Francia, Italia
Director: Theo Angelopoulos
Intérpretes: Tania Palaiologou, Michalis Zeke, Stratos Tzortzoglou.
Música: Eleni Karaindrou.
Sinopsis: Dos hermanos de 5 y 12 años emprenden un viaje desde Grecia hasta Alemania con la intención de ver a su padre, al que no conocen.






            En una entrevista concedida en Barcelona en 2004, narraba Theo Angelopoulos cómo en una ocasión el emblemático Tonino Guerra, guionista que colaboró con directores de la talla de Tarkovsky, Antonioni o Fellini y junto al que compartió varios trabajos, le preguntó por qué tomaba el café tan lentamente. El genio griego le respondió: “vosotros bebéis el café, yo lo saboreo. Vosotros bebéis el tiempo, yo lo saboreo. Por eso hago películas lentas, para saborear el tiempo”.

            Pocas anécdotas podrían resultar tan reveladoras sobre la forma de entender el cine, el arte y la vida de este autor tan infravalorado. Y es que, mientras la mayor parte del cine de las últimas décadas se ve, el de Angelopoulos se saborea. En el caso de la película que nos ocupa, nos muestra, mediante un estilo basado en largos y pausados planos-secuencia, la historia de dos niños en busca de su padre. Pero lo que se presenta ante nuestros ojos es mucho más: es la búsqueda por parte del propio ser humano de su identidad, de su condición y del sentido de su existencia, representado éste por el padre, tal vez inexistente.





            A lo largo de su particular viaje, los jóvenes protagonistas conocen el amor, la muerte, la belleza, la bondad y la maldad. No es casual que esta búsqueda se presente a través de los ojos de dos niños, ya que esto permite que se enfrenten a la vida desde la ausencia de condicionantes previos y la pureza personal. Dicho en otros términos, es la esencia humana la que se enfrenta a la existencia misma.

            Angelopoulos contextualiza la historia en espacios presididos por fenómenos atmosféricos como la nieve, la lluvia, la niebla…, elementos que se identifican claramente con la adversidad que domina la búsqueda (y, en consecuencia, la vida). Tienen también gran relevancia en la narración lugares como estaciones de tren, carreteras y vehículos, componentes que inciden en la idea de viaje, y no precisamente físico, que han emprendido los protagonistas. Y todo ello envuelto en la melancólica música de Eleni Karaindrou, tan en consonancia con el tono general de una película que en su conjunto desprende una belleza y un lirismo extraordinarios.





            No quedaría completa esta reseña sin hacer mención del plano-secuencia final, acaso uno de los más hermosos que uno alcanza a recordar. En él, y a modo de epílogo tras un ambiguo desenlace, se cierra la anécdota del fragmento de celuloide encontrado previamente por los protagonistas en lo que se debe entender como una reivindicación del propio arte cinematográfico como vía de evasión de la triste realidad: gracias a él sí se puede ver el árbol detrás de la niebla.

Valoración: 9,5


Ignacio Santos. Marzo 2014.

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