Para muchos, entre quienes se
encuentra quien escribe estas líneas, el sueco Ingmar Bergman (1918–2007) es el
mejor y más influyente cineasta de todos los tiempos. Nadie como él nos ha
legado un número tan elevado de obras maestras indiscutibles. La angustia
existencial, la eterna búsqueda de algo en que creer y la imposibilidad de amar
son los grandes temas en base a los cuales se articuló toda su filmografía.
En
la iconografía del cine mundial siempre ocuparán un lugar privilegiado imágenes
tan bergmanianas como la partida de
ajedrez entre el caballero medieval y la muerte en “El séptimo sello”, el viejo
profesor y su viaje interior en “Fresas salvajes”, los blancos atuendos de las
protagonistas sobre las paredes rojas en “Gritos y susurros”, o la composición
con medio rostro de Liv Ullman y otro medio de Bibi Andersson en “Persona”.
Es
precisamente esta última la película con la que el genio sueco creía haber
alcanzado la cima de su obra: “Tengo la
sensación de que en Persona he llegado al límite de mis posibilidades. Que en
plena libertad, he rozado esos secretos sin palabras que sólo la cinematografía
es capaz de sacar a la luz”.
Películas
más destacadas (en orden cronológico):
El séptimo sello (1957)
Fresas salvajes (1957)
Los comulgantes (1963)
Persona (1966)
La hora del lobo (1967)
Pasión (1969)
Gritos y susurros (1972)
Fanny y Alexander (1982)
Ignacio Santos.
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